Por David Uriarte / 

Si la mala suerte se entiende como no tener lo que se necesita o lo que se merece, entonces es momento de analizar lo que existe detrás de lo que se tiene.

Imaginemos a un hombre que dice: “por mi mala suerte tengo este trabajo que ni me gusta, ni me reditúa lo necesario para vivir como yo quiero”. Éste puede ser el pensamiento de miles o millones de hombres, cuya pobreza los abraza junto con su familia y los hunde en la desesperación y el mal humor. Al analizar el pensamiento de los obreros en general, se encuentra una matriz de pensamiento parecida a la ley del menor esfuerzo.

Lo contrario sucede al revisar el pensamiento de los grandes directivos o líderes empresariales. Ellos piensan siempre en dar el extra, en buscar caminos o vías alternativas para superar la mediocridad de un ingreso magro, sacrifican al inicio de su carrera el tiempo de ocio… Para ellos, sábados, domingos y días festivos, son un día más en su calendario de trabajo, en cambio, para muchos de pensamiento burócrata, esos días son sagrados como sagrado es el salario de la esperanza.

Muchas mujeres se dicen con “mala suerte en el amor” o en las relaciones de pareja, pero sus elecciones de vínculo en la libertad de su pensamiento, siempre o casi siempre han fallado, construyen expectativas en una realidad que sólo habita en sus pensamientos.

Hombres y mujeres se quejan de su “mala suerte” al mismo tiempo que siguen creyendo en sus pensamientos, piensan que los otros ven sus necesidades como ellos, y a la hora de la verdad cada uno piensa, siente y percibe de manera diferente; son más las diferencias que las coincidencias, por eso, invocan la mala suerte.

En el trabajo, en la salud y en la familia, las acciones u omisiones parten de un pensamiento empírico, lleno de esperanzas, buenas intenciones… y al final o principio de la historia, todo depende del caso, aparece la “mala suerte”, todo, menos lo que se esperaba.

Es cierto que la formación académica es importante, pero más importante es la capacidad empática cognitiva y emocional con los demás. Entender y aceptar que la raíz de la mala suerte sólo es producto de las decisiones equivocadas, y las decisiones son producto de la libertad de pensamiento.