Por David Uriarte /
Las manifestaciones sociales representan el desbordamiento de una gobernabilidad eclipsada por una realidad intrínseca y multifactorial. Una sociedad salpicada por el dolor y el sufrimiento de sus seres queridos desaparecidos o víctimas de la ola de violencia encontró en la marcha un respiro para sacar sus emociones reprimidas, drenar sus frustraciones, enviar un mensaje de amor incondicional a sus desaparecidos y demostrar que no hay tiempo ni espacio para otra cosa que no sea la búsqueda, hasta encontrarlos como sea, pero encontrarlos; buscan un lugar para reencontrarse con ellos y abrazarlos, o un lugar para rezarles.
Lo bueno de la marcha es la convergencia de voluntades, el espacio para encontrarse con los pares, con los iguales, con aquellos que sufren por lo mismo; un espacio donde la esperanza es el combustible que mantiene la fortaleza de unos padres, de una familia y de una sociedad en búsqueda de paz, tranquilidad y seguridad.
Lo malo de la marcha fueron los toques de intereses partidistas, la contaminación de la legitimidad con trazas de intereses ajenos al sufrimiento y al hartazgo social, la provocación minúscula de un sentido paradójico que se convertía en la antítesis del objetivo que movía a la mayoría, el intento de expresar emociones particularmente personales y dogmáticas en contra de posturas políticas diferentes a las propias. Fuera de estos intentos mínimos, la marcha no se reventó; fue la expresión auténtica del miedo superado.
Lo feo, por decirlo de alguna manera, fue la inclemencia de una temperatura que coqueteó con los 35 grados centígrados y una humedad muy alta, la deshidratación de adultos mayores y el cansancio evidente de niños y mascotas. El desesperó de algunos asistentes fue evidente, derivado de las altas temperaturas, generando “desorden” y adelantando la marcha del grueso del contingente.
La participación del obispo de la Diócesis de Culiacán fue un toque que sesgó el espíritu de la congregación social; no fue ni bueno ni malo, solo un sesgo innecesario para unos y una chispa de fortaleza divina para otros. En fin, la perfección solo es una aspiración humana.
Lo bueno, lo malo y lo feo de la marcha no se puede resumir sin sesgos personales; por eso, basta la descripción y la evidencia de una sociedad que, reducida a números, superó los 30 mil asistentes.