Por David Uriarte /

Después de escuchar la frase tan trillada de “mala suerte”, es hora de reivindicar a la suerte, la definición conceptual de suerte, se refiere a circunstancia de ser, por mera casualidad, favorable o adverso -a alguien o algo- lo que ocurre o sucede.

Los lamentos de muchos padres de familia que han perdido un hijo o familiar en la ola de violencia que se vive, a veces se refieren a la “mala suerte”, de estar a la hora equivocada en el lugar equivocado, con personas equivocadas… lo que no se asume, es la responsabilidad de los actos, es decir, la libertad para elegir lugares, horas y compañías.

Por “mala suerte” se entiende los resultados adversos a las expectativas personales y familiares, cuando los resultados son producto de la voluntad, lo que se obtiene son las consecuencias de los hechos o los actos.

De alguna manera se puede prever la suerte si se asumen conductas sanas e inocuas, de ser lo contrario, tarde o temprano -más temprano que tarde-, la mala suerte aparecerá como resultado directo o indirecto de la forma de pensar y de actuar de la persona.

Padres llorando a sus hijos, e hijos llorando a sus padres, son escenas frecuentes producto de las condiciones atípicas que vive la sociedad en México, particularmente en estados, municipios, ciudades y poblados rurales donde la violencia se ha destapado como signo de la mala suerte social.

Si la alimentación es hipercalórica, y la vida sedentaria, la obesidad no es producto de la “mala suerte”, es producto de la voluntad; lo mismo ocurre cuando el trabajo es ilícito, y la economía boyante, la tragedia no es producto de la mala suerte, es la cosecha final de una cosecha consciente.

Asumir las consecuencias como familia y sociedad, es parte del tratamiento definitivo, es decir, mientras la realidad se cobije en la idea de la mala suerte, el pronóstico social y familiar no mejora, no es mala suerte, son las consecuencias de actitudes y prácticas que en determinado momento, mantuvieron a las familias involucradas en actividades ilícitas, en una burbuja de supuesto bienestar, cuando el brazo de la justicia los alcanza, el destino es la cárcel, pero cuando el brazo de la delincuencia los toca, el destino casi siempre es la muerte.

La mala suerte pudiera aceptarse como tal cuando los daños colaterales tocan vidas inocentes, cuando la conducta delictiva cobra cuentas derivadas de actividades ilícitas, eso no es mala suerte.