Por David Uriarte / 

Si bien es cierto que los términos bueno y malo terminan siendo juicios de valor, de alguna manera retratan parte de la conciencia y la percepción social.

Todos los fieles que profesan alguna religión, por el simple hecho de serlo, no garantizan ni la bondad ni la maldad de sus actos. Las leyes terrenales son claras y específicas cuando se trata de la configuración de conductas delictivas. La mezcla de los dogmas de fe con los conceptos litúrgicos del derecho no hace sinergia, es decir, no son concurrentes en su esencia. De ahí el dicho: “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

En las crisis sociales donde el epicentro del conflicto es la violencia y sus consecuencias mortales, la polarización es un resultado lógico de las afectaciones. Los afectados por la crisis de gobernabilidad opinan de una manera, mientras que los afectados por las conductas delictivas —los familiares de los muertos, producto del crimen— opinan de otra, aunque la realidad sea la misma.

Es fácil generalizar con la afirmación de que todos los que murieron eran malos; también han muerto inocentes: niños, ancianos, personas que nada tenían que ver con la rivalidad de grupos delictivos, o bien, aquellos que estuvieron en la hora equivocada, en el lugar equivocado, y quedaron en medio del fuego cruzado.

No todos los integrantes de las fuerzas del orden son buenos, pero tampoco todos son malos. Existen diferencias conceptuales entre los trabajadores de las distintas corporaciones encargadas de la prevención, protección e investigación del delito, como también existen diferencias conceptuales y operativas entre muchas personas cuyas conductas o actividades están al margen de la ley.

Aun en la persona con un índice de maldad extremo existe un ápice de bondad, una muestra de empatía con los suyos. Lo mismo pasa con aquellos que son todo bondad: en alguna parte y momento de su existencia pueden tener actitudes o prácticas lesivas para los demás.

La pureza de la identidad y de la existencia es dinámica. Su espectro fluctúa siempre entre la satisfacción de los instintos primitivos de supervivencia y reproducción, y la expresión bondadosa de un ser que cuida y protege a sus semejantes.

Ni todos son buenos por profesar alguna creencia religiosa o presumir una fortaleza moral, ni todos son malos por no creer en un ser supremo. Las generalizaciones aquí no aplican.