Por David Uriarte /

En una sociedad plural, con vocación democrática, donde el juego de las ideas prevalece sin trastocar los derechos de libertad, donde la imposición no existe, donde el respeto impera sobre las diferencias, ésa es una sociedad ideal.

La realidad es otra cosa, el juego del poder político implica dos cosas: el cumplimiento de la ley, y el beneficio del grupo cuya suma desplazó a los contrarios.

En la política partidista, sindical, o de gobierno, siempre hay competencia, por eso es difícil quedar bien con todos, aunque digan lo contrario, donde hay competencia siempre hay ganadores y perdedores.

En los partidos políticos nacionales, las dirigencias cupulares deciden la suerte de las dirigencias estatales, éstas a su vez, deciden o influyen en las dirigencias municipales, hasta llegar a las dirigencias o liderazgos en colonias, sectores o seccionales para fines electorales.

Los liderazgos de unidad se convierten en una mayoría que aplasta a la minoría, siempre hay aspirantes que se quedan en el camino al darse cuenta de que la aritmética no les favorece; esta minoría se convierte por defecto en una masa crítica, inconforme, irreverente, indisciplinada… Esta minoría puede permanecer o se puede fortalecer dando origen a una oposición rentable que busca ser cooptada como un contrapeso de la democracia partidista.

En la política sindical pasa lo mismo que en la política partidista, los liderazgos se pueden eternizar a través de los cacicazgos, las elecciones se convierten en un juego de poder donde solo se ratifica la fuerza política subrepticia, aquella que domina y manda desde lo oscurito, y a veces desde la complicidad eterna.

En las políticas públicas y los gobiernos federal, estatal y municipal, tampoco se puede quedar bien con todos, siempre hay grupos inconformes, siempre hay liderazgos incompletos, es decir, el poder no alcanza para todos, menos cuando hay una sola silla donde se decide.

En las políticas partidistas, sindicales, o de gobierno, el tema del poder y el dinero tiene la prioridad como manzana de la discordia, los líderes partidistas privilegian a su grupo, los líderes sindicales igual, y los gobernantes hacen lo propio.

Los que aplauden al líder de un partido, de un sindicato o de un gobierno, son los que se sienten satisfechos; los que se sienten relegados o decepcionados, permanecerán frustrados y esperarán mejores tiempos.