David Uriarte /

En el tema de la destrucción de las cámaras de videovigilancia en Culiacán las últimas 72 horas, si bien es cierto que destruyen parte de la infraestructura táctica del gobierno en materia de seguridad, y se genera un gasto adicional en su reposición, lo más importante es lo que subyace en la conducta delictiva: confrontación, provocación, y evaluación de la efectividad en la respuesta policiaca.

De las cincuenta, cien, o más cámaras destruidas, todas se pueden reponer a la brevedad incluso con mejor tecnología, pero una cosa es la reposición de la infraestructura y otra cosa es la eficiencia institucional para responder a las conductas delictivas.

El mensaje que se puede leer detrás de la confrontación entre aquellos que retan a la autoridad y la respuesta fallida de la misma, es mostrar a la sociedad la realidad de un sistema que promete mucho en materia de seguridad y aporta poco a la hora de evocar su respuesta y alcance.

Primero los ‘poncha llantas’, después la balacera, después la destrucción de las cámaras, ¿Qué sigue? Si esto no es una provocación de que otra forma se le puede llamar, los servicios de inteligencia gubernamental local y federal, dejan una idea vaga de su efectividad, en los hechos se demuestra el grado de vulnerabilidad de la sociedad ante la fuerza destructiva del crimen organizado.

Convertir la violencia y la inseguridad en un tema de estadística, es ponerle una máscara al sufrimiento, comparar el número de hechos delictivos y su clasificación, con otros regímenes políticos, es priorizar la simpatía partidista por encima de la protección de la vida y la seguridad de las personas y sus bienes.

La mejor opinión del uso de la pirotecnia la tienen aquellos que tuvieron una experiencia traumática en carne propia o en uno de sus amigos o familiares, la mejor opinión del grado de seguridad de una ciudad, la tienen aquellos que fueron víctimas de la violencia al ser despojados de sus vehículos, asaltados, extorsionados, levantados, o secuestrados.

El silencio del crimen organizado hace ver una ciudad tranquila y civilizada, pero su lenguaje profiere e infunde miedo, terror, ansiedad, desesperación, y un estado de malestar social, su presencia evoca recuerdos catastróficos como los famosos ‘culiacanazos’… la sociedad espera poco más que pretextos y justificaciones descriptivas de los hechos, sigue esperando un clima de paz y tranquilidad, esa es la deuda pendiente.