Por David Uriarte /
Las catástrofes de cualquier tipo pertenecen a la historia social, siempre y cuando no lastimen nuestra vida o familia, de ser así, la catástrofe se convierte en tragedia. Las alertas relativas al agua y su deficiencia para el consumo humano, se manifiestan en los lechos de los ríos, en los vasos de las presas, en la sequía de las lagunas naturales.
Construir la dimensión del fenómeno de la sequía y su impacto en la ganadería, la agricultura, la industria, y el consumo doméstico, es tener conciencia del cambio climático, su impacto o amenaza a la vida en general.
La alteración en los ciclos de lluvia, la densidad de la misma, la prevalencia de huracanes con sus destrozos, el calentamiento global, los incendios forestales, manifestaciones objetivas de un desastre inminente en un mundo cargado de apatía, con habitantes incrédulos cuya temeridad será la sentencia a las nuevas generaciones, esa es la película exhibida en el cine de la naturaleza con pocos espectadores.
Las tragedias globales tienen lugar en la mente de los cinéfilos, existe una inercia social a creer que no pasa nada, que todo se resolverá solo o con la ayuda de los gobiernos; la naturaleza del planeta está cansada, lastimada por su depredador humano, está por dar un manotazo a la vida en general y con esto, reordenar los paradigmas sociales, una lección que pudiera ser tarde para la conciencia de los incrédulos.
Tampoco se trata de infundir miedo o construir escenarios catastróficos en una sociedad inteligente, conocedora de la realidad, víctima de sus propias acciones, heredera de un mundo con destino inhóspito para sus descendientes.
Nunca pasa hasta que pasa, esa es la sentencia del mundo asfixiado por tanta depredación, por una inteligencia autoagresiva, por una humanidad privilegiada por tantos adelantados que terminaron siendo su propia desgracia.
Un aire contaminado, una capa de ozono raída que deja pasar los rayos solares como lanzas que destruyen la salud humana, un ciclo de lluvia interrumpido que provoca sequías apocalípticas y con esto, una deficiente producción de energía eléctrica, un riego disminuido a la agricultura, una amenaza al derecho de la vida a través de lo más preciado después del aire que se respira; el agua.
Nunca pasa hasta que pasa, la diferencia entre un accidente y un acto negligente, es la conciencia, es saber el riesgo que se corre e insistir en ello.