Por David Uriarte /

Directores van y directores vienen, y las cosas en el Centro de Rehabilitación Social de Aguaruto, en Culiacán, siguen igual. Parece un venero de armas que no tiene para cuándo secarse.

Entre fugas masivas, como la del día del culiacanazo, y fugas menores pero significativas, el penal mantiene una dinámica tensa, donde la muerte también es una figura presente.

Las preguntas encierran en sí mismas las respuestas: ¿Por dónde entran las armas? ¿Quién surte los equipos de internet satelital? ¿Nadie se da cuenta cuando cavan los túneles?

El autogobierno de la población penitenciaria está bien definido, como definida está la dinámica social para un lugar de confinamiento de la sociopatía.

Los esculques o revisiones sorpresa se dan a toda hora: en la madrugada, en la mañana, en la tarde. Siempre con el mismo objetivo: detectar objetos ilícitos que pueden ir desde celulares hasta armas largas de alto poder, pasando por una serie de instrumentos o herramientas prohibidas.

Los familiares de los presos viven en constante tensión. Nunca se sabe a qué hora será la próxima revisión, el próximo conato de fuga, la próxima trifulca, o, de plano, la próxima víctima o víctimas mortales.

Las autoridades, concretamente los directores del penal tienen un objetivo claro y definido: mantener a la población a su cargo dentro del perímetro asignado, buscando siempre un clima de tranquilidad. Sin embargo, el clima de tranquilidad no es una garantía.

Los presos por delitos del fuero común y los presos por delitos del fuero federal tienen estructuras jurídicas distintas, pero eventualmente un espacio de convivencia común, excepto cuando son trasladados específicamente a los Centros Federales de Readaptación Social (Cefereso). El grado de peligrosidad es, precisamente, la fuente de los disturbios en las cárceles estatales.

El penal de Aguaruto es sede de muchas historias de fugas, y de muchas más historias de pleitos donde los lesionados y los muertos son el reflejo de dos cosas: el grado de enfermedad mental del sociópata (agresividad y violencia), y la debilidad de un sistema carcelario.

Los centros de readaptación social se convierten en todo, menos en un centro de readaptación. Una cosa es tener confinada a una persona por cierto tiempo, y otra distinta es establecer un diagnóstico individual y darle el tratamiento psicológico o psiquiátrico que necesita.