Por David Uriarte /

 

La sequía puede ser el pródromo de una epidemia en Sinaloa. “El azote de cólera fue probablemente el desastre más grande que haya sufrido Culiacán en toda su historia”, así lo afirma en su libro El Cólera: enfermedad de la pobreza, el Dr. Rafael Valdés Aguilar.

Sin duda el agua es indispensable para la vida, pero el agua contaminada es un polvorín cuya explosión puede ser de dimensiones incalculables. En 1851 en Culiacán, falleció el gobernador de Sinaloa José María Gaxiola, víctima del cólera, una enfermedad asociada a la contaminación del agua y los alimentos.

No es cosa menor el riesgo latente de la sociedad sinaloense al exponerse al agua contaminada, principalmente los niños y ancianos de comunidades donde el tratamiento del vital líquido es nulo.

Las juntas de agua potable hacen lo que pueden con los recursos que tienen, sin embargo, la Comisión Estatal de Agua Potable y Alcantarillado de Sinaloa (CEAPAS), tiene una función de seguridad sanitaria. No se puede seguir subestimando la función vital de una estructura diseñada para gerenciar y coordinar esfuerzos en materia de control, uso y destino del agua.

Los daños colaterales de un recurso mal tratado como el agua, son las enfermedades gastrointestinales cuyos casos extremos desembocan en la muerte de los más débiles en todos los sentidos.

La maravilla del derecho humano al agua, se convierte en la desgracia de su uso y consumo cuando no se cumplen con los estándares que fijan los organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud. En Sinaloa, la sequía puede ser el detonante de una epidemia que deje en evidencia las condiciones de operación de las juntas de agua potable, y el alcance real de la CEAPAS.

Qué bueno que el gobernador se tome la foto y anuncie obras relativas a fortalecer la infraestructura en materia de agua potable y alcantarillado en algunos municipios, sin embargo, la realidad técnica de un sistema que mecánicamente se inicia en la sierra y en los mantos freáticos, requiere de una atención radical, es decir, tomar en cuenta y consultar a los que verdaderamente tienen el sartén por el mango; después no se asusten con la epidemia.