Por David Uriarte /
Endulzarles el oído a los sedientos de esperanza o clasificar a los mexicanos en corruptos y virtuosos, es una distorsión cognitiva.
El término distorsión cognitiva fue desarrollado por Aarón Beck en 1963 como parte de su “Teoría Cognitiva para la Depresión”. Con este término, quería hacer referencia a los errores de procesamiento de información que cometen las personas deprimidas.
Michael Stone psiquiatra forense de la Universidad de Columbia, se dedicó a estudiar y analizar en detalle comportamientos de todo tipo de asesinos, elaborando la famosa escala o índice de maldad.
Con estas dos referencias se puede analizar el fenómeno delictivo y su índice de crueldad en México.
Por una parte la idea de que todos los mexicanos son buenos y en consecuencia, no se necesita ningún protocolo de seguridad personal a las investiduras: Presidencial, de la Jefa de Gobierno, de la esposa del Presidente, o cualquier servidor público.
Y por otra parte, la realidad cuantitativa de los homicidios dolosos junto con la realidad cualitativa del dolor de miles de familias mexicanas en la orfandad emocional y económica.
Si el secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch le hubiera comprado la idea al presidente López Obrador de que el pueblo es bueno, hoy sería hombre muerto.
Los excesos, generalizaciones o distorsiones cognitivas como dice Aarón Beck, transforman la realidad y exponen sus consecuencias a quien lo cree. Es decir, por un lado creer o pensar que no pasa nada porque todos son buenos o con la promesa de acusarlos con sus “mamacitas” si se portan mal, y por otra parte, la sociopatía en todo su esplendor en una sociedad que arrastra en sus genes y aprendizajes un cóctel de violencia y muerte: esto se llama realidad “real”.
A pesar del blindaje del más alto nivel de la camioneta donde se transportaba hoy por la mañana el Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, esta sucumbió a los impactos del armamento anti-blindaje y el habitáculo que protegía al servidor público fue profanado. ¿Lecciones de historia y civismo? O una política de Estado que hay que resignificar.