Por David Uriarte /

La percepción es algo que no se puede controlar, la sociedad construye su percepción, no necesita datos o información adicional. La sociedad tiene su propia percepción de Julio César Chávez, un boxeador legendario que puso en alto el nombre de México y Sinaloa, sin embargo, la percepción de sus adicciones y una vida familiar desordenada fue la imagen construida de manera paralela a su realidad.

Lo mismo sucede con Julio César Chávez Junior, un joven cuyas cualidades difícilmente sobresalen por encima de la sombra de su padre, el juicio social no perdona la comparación, no se puede esconder la imagen desfigurada de un deportista que compite cuesta arriba en todo sentido.

Es evidente la comparación, sin embargo, son cosas que no se pueden esconder, la economía del país mantiene brillos de origen obscuro, todos los días se sabe de investigaciones de las agencias extranjeras dando cuenta de políticos y el origen de sus fortunas, muchas de ellas asociadas al narcotráfico o al tráfico de influencias, corrupción o uso indebido de recursos públicos, hay conciencia social, por eso, cuando se da a conocer la información de manera oficial, sólo se ratifica lo que ya se sabía.

Tan no se puede esconderla realidad, que muchos vacacionistas mexicanos al cruzar la frontera con Estados Unidos son remitidos a una segunda revisión, sujetos a una serie de interrogatorios no por ser mexicanos, sino por haber nacido o tener su residencia en alguna ciudad o comunidad de Sinaloa.

Al regionalizar la percepción y su realidad, sólo basta darse una vuelta por las instalaciones de la fiscalía estatal, en las oficinas encargadas de recibir las denuncias por robos de vehículos, además de las carencias estructurales de la institución, la sobresaturación y la burocratización de los procedimientos, hace de la experiencia una condición doblemente frustrante para el ciudadano afectado en su patrimonio y eventualmente en su integridad física.

No se puede esconder el contraste entre la realidad de una sociedad convulsa, y los intereses legítimos de las instituciones gubernamentales por construir la idea de “no pasa nada”, o bien, buscar el equilibrio con obras, propuestas, proyectos, discursos, programas, o acciones específicas para buscar que el ciudadano de un giro a su cuello y vea otra cosa diferente.

Hay cosas de todo tipo, que no se pueden esconder.