Por David Uriarte /

Cuando se habla de adicciones, la gran mayoría piensa en drogas naturales o sintéticas: naturales como la marihuana o el tabaco; sintéticas como el fentanilo, el cristal o el alcohol. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas ni reduccionistas como para creer que ese es todo el mundo de las adicciones. No. Las adicciones se relacionan con cualquier sustancia, actitud, pensamiento, actividad o conducta que cumpla con una condición: estimular al cerebro para producir pensamiento, deseo y obsesión, hasta terminar en la compulsión; es decir, hasta culminar en la conducta adictiva, cualquiera que esta sea.

Así, en este contexto neuropsicológico de las adicciones, resulta más fácil entender parte del entramado o del proceso que inicia con el pensamiento o impulso —a través de cualquier sensación— y termina con la acción o conducta adictiva, generando resultados ya conocidos.

Si la adicción termina siendo algo que afecta a la persona, a la familia y a la sociedad, debe ser tan potente que supera la razón y el sentido del juicio, para subirse al ring de la libertad, donde los pugilistas son la razón contra la obsesión, teniendo como réferi a la voluntad.

Hay adictos al café, al trabajo, a la religión, al juego, al ejercicio, al sexo, a las mentiras, a la comida y a muchas cosas más, además de las drogas de origen natural o sintético. Cualquier conducta adictiva, para que se califique como tal, debe superar el umbral de la voluntad y causar algún daño físico, psicológico, familiar o social. Si no causa problemas, no es una adicción.

Uno de los problemas es la secrecía y la discreción en algunos casos; en otros, el daño a terceros; y en otros más, la muerte del adicto o los efectos colaterales de la adicción, que pueden ser catastróficos.

La mente del adicto juega con la realidad. Primero se provoca a sí mismo, reta su inteligencia y su fuerza de voluntad con el discurso tan socorrido de: “yo dejo esto cuando yo quiera”. Esta frase es la puerta de entrada al infierno de las adicciones, cualquiera que esta sea.

Vivimos en una sociedad adicta. Adicta a muchas cosas. Adicta a su forma de pensar, a su forma de comportarse. Mentes convencidas de que lo que hacen es lo mejor, en tanto les proporcione placer. Aunque momentáneo, es placer. Y lo intercambian por dolor y sufrimiento crónico.