Por David Uriarte / 

Una vida sin salud no es vida, o en todo caso, es una vida enferma. Cuando se escucha la palabra “vida” o la palabra “salud”, cada quien tiene su propia representación según su vivencia, en cambio, cuando se escucha la palabra “muerte”, irreductiblemente todos los pensamientos desembocan donde mismo: la extinción de la vida.

La definición de salud según la Organización Mundial de la Salud (OMS), subraya de manera enfática un estado de bienestar, sin embargo, el concepto de salud se aplica a todas las esferas de la vida, es decir, hay salud física, salud mental, salud social, incluso salud económica.

La salud física es la mecánica de la vida, es el funcionamiento de órganos, aparatos y sistemas, es el estuche y presentación social de nuestra identidad.

La salud mental es otra cosa, es igual o más importante que la salud física; el sufrimiento, la depresión, la ansiedad, esquizofrenia, retraso mental o deterioro cognitivo; los trastornos del control de los impulsos, la irá, las obsesiones, compulsiones, trastornos de memoria y literalmente cientos de enfermedades mentales más, tienen arrinconadas a millones de personas en un mundo disfuncional desde el punto de vista racional, emocional, o bien, viven presos en la incapacidad para poder socializar o controlar sus impulsos.

La salud social es la capacidad para adaptarse a un mundo y una sociedad cada vez más cambiante y dinámica, a un mundo donde la relación interpersonal es la base de una habilidad social propia de una persona estable.

La salud financiera, aunque pareciera una banalidad, más para las culturas occidentales bajo la influencia religiosa judeo-cristiana, representa la inteligencia para prever el presente y el futuro individual o de familia. La salud económica para muchos traducida como libertad financiera, representa parte de la cognición o inteligencia de un cerebro diseñado para la planeación y el juicio.

Cuando se suma la salud física con la mental, más la salud social y financiera, el resultado es la identidad de la persona: se es lo que se hace, no lo que se dice. De poco sirve un discurso racional lleno de evasiones o justificaciones de lo que no se tiene: la salud es lo que tenemos, no lo que decimos, por lo tanto, a nadie engañamos.