Por David Uriarte /
Hay tres tipos de personas que no escucharon la balacera de fin e inicio de año en Culiacán; los sordos, los ausentes, y los que no quieren escuchar.
Más allá de la realidad escuchada que refleja parte de nuestra cultura, surgen otras realidades más complejas, por ejemplo, en el concierto balístico de fin de año sólo actuaron unos cuantos. Esto significa, que muchos más controlaron su impulso primitivo de rugir como el “macho alfa” que reclama su territorio y sus hembras, provocando a sus iguales o a cualquier figura de autoridad que intente quitarle lo suyo.
Los sordos y los ausentes no escucharon una realidad que expresa una cultura armada con pensamientos diferentes, los que no quieren escuchar y se aferran al discurso clásico de que “eran cuentones”, no merecen ni soportan el menor de los análisis serios.
Hasta donde las estrategias o campañas para despojar a la población de sus armas, tienen resultados sanos, hasta donde estas campañas se convierten en un juego perverso que intentan convencer a la población que es posible quitarle una mazorca a un porcino a suplicas.
El fenómeno sociológico se vuelve antropológico cuando el pensamiento del que tiene un arma, lo hace creer que es su herramienta de trabajo, y su instrumento de defensa.
En el primero de los supuestos, la subcultura del sicario lo remite a la etapa posterior del neolítico, a la edad de los metales, hace unos seis mil años, donde los guerreros defendían las ciudades y las armas eran sus instrumentos de trabajo.
Los estudiosos de la conducta humana deben advertirles a las autoridades formales, que lo sucedido en Culiacán este fin de año, es una expresión mínima de una realidad cuyas dimensiones son más que diabólicas, incalculables.
En el segundo de los supuestos, cuando alguien piensa en las armas como instrumento de defensa, el mensaje es claro, no cree en un gobierno que lo proteja y le dé seguridad, no esperemos que lleguen a Sinaloa las autodefensas.
Más allá de los balazos, la fuerza letal escondida puede ser mucho mayor que la exhibida, y cuando la mano que controla los impulsos de estos individuos no esté, o estando no le obedezcan: cuidado.
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