David Uriarte /        

Muchos padres construyeron un modelo de pensamiento en sus hijos: estudia para que algún día llegues a ser alguien importante en la vida, eso les dijeron y eso se lo creyeron.

Quienes crecieron bajo el paradigma de la formación académica como medio para obtener estatus social y económico, hoy se enfrentan a una realidad poco satisfactoria, ni son encumbrados en la escala social, mucho menos en la escala de la riqueza material, como siempre, la excepción confirma la regla.

Los niños que soñaban con ser presidentes de la República y decían, -cuando yo sea grande voy a ser el mejor presidente de México-, casi siempre encontraban la réplica de sus padres con un discurso parecido, para eso tienen que prepararte y estudiar mucho.

El análisis de los presidentes, gobernadores, senadores, diputados, o presidentes municipales, revela que no es el grado escolar la variable que garantiza el éxito político en los aspirantes a gobernar o representar a su comunidad, tampoco se puede despreciar la formación académica como instrumento de superación, pero no se puede afirmar categóricamente que las maestrías o los doctorados son la ruta del excito político o económico.

Para llegar a la cúspide del poder político se necesita que te conozcan, te admiren, te respeten, y crean en ti, los grados académicos y la fortuna pasan a segundo término, un perfecto desconocido puede dar la sorpresa política por la esperanza de los otros atributos, hay especialistas en construcción de imagen y percepción pública, la gente necesita conocer el producto que va a comprar, o por lo menos que alguien le venda las virtudes del mismo.

No hay duda de la inteligencia de los aspirantes a ocupar la primera silla de los mexicanos, pero ¿Por qué los intelectuales se han quedado siempre en el camino? Porque el grado de admiración y credibilidad no ha sido suficiente; conocer, admirar, creer y respetar, es más importante que un doctorado en Harvard o una cuenta bancaria abultada.

Lo mismo aplica para ser presidente de la república que para ser presidente municipal o diputado local, la sociedad en general y los votantes en particular buscan conocer una figura cuya simpatía despierte admiración, credibilidad, y respeto.

Lo que se necesita para ser presidente es tener ese imán que atraiga el metal de los electores, y un discurso esperanzador que mueva emociones de confianza.