Por David Uriarte /
La comprensión tiene que ver con las funciones ejecutivas de la persona, con la capacidad para comparar, analizar y entender los diferentes fenómenos personales, familiares y sociales. Es la capacidad de abstracción, una muestra de madurez y del buen funcionamiento de una parte de la corteza cerebral: la corteza prefrontal.
En este siglo, la neurociencia y los neurocientíficos han acuñado un término interesante: epigenética. Esta es la mejor evidencia de la plasticidad neurocerebral, de la capacidad de la genética para modificar sus propios códigos. Hoy se sabe que ciertas condiciones no significan una sentencia de vida. Por ejemplo, la diabetes no necesariamente se va a activar por el solo hecho de tener un abuelo y un padre diabéticos; el estilo de vida será el factor que determine la calidad de vida.
El estilo de vida modifica los telómeros, las partes finales de los cromosomas que protegen el ADN durante la división celular. En cada división, los telómeros se acortan, lo que produce envejecimiento celular. Comprender lo que pasa es la puerta para consolidar o modificar el estilo de vida personal y, en consecuencia, el pronóstico de vida, haciendo a un lado los mitos relacionados con el envejecimiento y la muerte prematura.
Comprender lo que pasa en tiempos de crisis es entender cómo los cambios epigenéticos, por un lado, y el aprendizaje, por otro, modifican los estragos de la percepción humana. Mientras muchas personas —sobre todo amigos y familiares en el extranjero o en otras partes del país— se preguntan y nos preguntan: ¿Cómo se puede vivir en Sinaloa o en ciudades como Culiacán?, la respuesta de miles de habitantes acostumbrados a las noticias derivadas de los hechos delictivos es: “Así es esta ciudad”, “Así es la vida aquí”, “Aquí nos tocó vivir”. Cada quien tiene su propia respuesta, su propia vivencia, y dimensiona la realidad según su percepción.
Los habitantes de países o regiones que han vivido eternamente en guerra o en conflictos derivados de dogmas construyen una percepción de la vida distinta a la de quienes observan esos conflictos a miles de kilómetros de distancia. Lo mismo ocurre con quienes viven en zonas sísmicas: para ellos, escuchar la alarma sísmica forma parte de la cotidianidad.
Comprender lo que pasa modifica el ADN de las personas cuya percepción, moldeada por la costumbre, es distinta a la de aquellas que no han vivido experiencias o vivencias traumáticas.