Por David Uriarte /
El mundo se desayuna con la noticia de la liberación de 20 rehenes que se mantenían en cautiverio desde hace dos años. Esta es la muestra del acuerdo de alto al fuego con Israel, el traje a la medida que diseñó el presidente Trump. Lo impensable para muchos está sucediendo: un plan de paz para Gaza diseñado por EE. UU.
Mientras lo impensable está sucediendo en Medio Oriente —primero, la reconciliación de dos naciones enfrentadas generacionalmente; segundo, que la mano pacificadora sea la del presidente de Estados Unidos, un hombre caracterizado por su arrogancia, soberbia y falta de empatía—, en México también suceden cosas dignas de analizar.
El orden del análisis no representa la gravedad de las cosas: la tragedia desencadenada por las intensas lluvias en muchas ciudades, y la cronicidad de lo que en su tiempo se llamó “la ola violenta” en Sinaloa.
Especialmente los habitantes de Culiacán tienen un laboratorio derivado de la observación conductual social. Hace año y medio, circular por las calles de la capital sinaloense era práctica común. Más allá de los arrancones y las faltas menores, todo funcionaba de manera estable para una ciudad de un millón de habitantes. Ahora, las cosas han cambiado. Si no, haz la prueba.
Han cambiado muchas cosas. Una de ellas: la forma de circular en los vehículos terrestres. Antes, la expresión facial era distinta, más desinhibida. Los conductores buscaban la cara del otro conductor para saludarse de carro a carro, para gritarse o intercambiar información. Ahora, las cosas son diferentes. Si no, haz la prueba.
Hoy, conducir por las calles de Culiacán es una especie de ritual, de un orden tenso, bajo un silencio sepulcral, con una sobrevigilancia, con la mirada puesta en el carro de adelante, viendo el retrovisor como a la defensiva, buscando el menor indicio de cualquier conducta delictiva que se pueda desatar en cualquier momento.
Los conductores mantienen una mirada de alerta; saben que pueden encontrar, a la vuelta de la esquina o en la siguiente intersección, a un grupo de militares, de la Marina, de la Guardia Nacional, de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana o de las policías locales. Pero igual saben que pudieran ver carros sospechosos, carros o camionetas con individuos potencialmente dañinos.
En fin, el lenguaje no verbal es evidente: un aprendizaje social intuitivo. Si no, haz la prueba.