Por David Uriarte /
La ley relativa a los procesos electorales en México, tiene contemplado casi todo, en el casi, está más que la trampa, el orificio por donde se fugan una serie de acciones, conductas, prácticas, actitudes e intenciones de particulares, grupos, e instituciones que buscan la ventaja sobre el contrincante.
Auditar, contabilizar, controlar, dictaminar, o simplemente revisar todas las conductas relativas a un proceso electoral como el que se aproxima, la llamada “reina de las elecciones”, es materialmente imposible.
De forma natural, la complejidad de estos procesos electorales implica voluntad para hacer o dejar de hacer; para cumplir o dejar de cumplir con la norma jurídica que rige tiempos, formas y maneras de conducirse de los partidos, candidatos y autoridades… entonces la conciencia toma nota del grado de honestidad, más aún, hay quienes afirman que la honestidad no es cuestión de grados o espectro, es un término binario: o se es honesto o no se es honesto.
Los costos de las campañas políticas son más que dinero, son tiempo, esperanza, coraje, ilusión, resignación, emoción, pasión, motivación, frustración, y muchas más emociones y sentimientos que se arrastran desde antes de oficializar los nombres de quienes se subirán al cuadrilátero de la voluntad popular.
Muchos dejarán sus trabajos seguros para apostarle a una aventura con la esperanza de mejorar sus ingresos y con ello darle un mejor nivel de vida a su familia, muchas esperanzas quedarán regadas en el camino de la contienda electoral, muchos quedarán en la ruina, y muchos harán el negocio de su vida consolidando su riqueza o debutando como tal.
Todo cuesta, las campañas electorales no pueden ceñirse a la rigidez de la ley, si esto sucede terminarían descafeinadas, lánguidas, limitadas, con un alcance parcial a pesar del refuerzo invaluable de los medios de información convencional más las redes sociales.
¿Cómo mantener una posición privilegiada en la mente de la sociedad en general y de los electores en particular? Para esto los candidatos deben ser conocidos, deben llegar a todos los votantes, los electores deben conocer la imagen, la voz, el discurso, la calidez, y todas las bondades que encierran las promesas de campaña, aunque prácticamente sean imposibles de realizar.
Todo cuesta y cuando se traduce a dinero son miles de millones de pesos que saldrán de algún lugar.