Por David Uriarte /
Cada quien hace su balance de vida privada, familiar, social, económica, laboral, política, y emocional.
La suma de muchas variables termina siendo el resumen de la vida privada, esa vida que sólo la persona conoce, vive y siente… cuando la vivencia se extiende a la familia, las cosas cambian, no es lo mismo pensar o sentir como padre que como hijo; no es lo mismo acostarse con la conciencia de adulto que con la conciencia de niño; la familia es el núcleo donde se concentran emociones encontradas.
Sin duda la parte social es la suma de vectores que suman, restan, multiplican y dividen, mientras muchos están encerrados en la seguridad relativa de sus mansiones, con los privilegios de la seguridad privada, otros duermen expuestos a ser rociados por el plomo del exterminio delictivo; otros duermen con un ojo abierto al darse cuenta que el concepto de vivir en una “privada” sólo es parte del estatus que encareció sus viviendas, porque de seguras, poco o nada tienen.
La economía perdió su equilibrio, los brotes vandálicos empiezan a mostrar su rostro descarado con la complicidad implícita de una vigilancia ausente o limitada por la extraordinaria estrategia de revisión del armamento, en los tiempos del pico de inseguridad en la capital, familias completas en la soledad de una economía ausente después de ser despedidos de sus empleos por causa de la inseguridad.
Muchos trabajadores viven en la incertidumbre, saben que, en cualquier momento, si la ola de violencia e inseguridad persiste, su destino laboral se puede derrumbar, no así a los trabajadores burócratas locales, estatales o federales, ellos tienen otra perspectiva de su futuro, y en consecuencia ellos viven otra realidad, por eso, los aplausos están divididos.
La política y los políticos han dividido a la sociedad, las creencias se han convertido en armas destructivas de amistades, ilusiones, incluso de divisiones familiares, donde antes reinaba la paz, ahora cabalga el resentimiento, la distancia física y verbal se apodera de los inteligentes, los impulsivos o aquellos con un cierto grado de enfermedad mental, protagonizan riñas estériles, defensas dogmáticas validas, con un grado de violencia impulsada por la intolerancia.
La sociedad sinaloense vive una experiencia emocional marcada por el miedo, sólo hay que ver los registros de movilidad a partir del nueve de septiembre.
Así estamos.