Por David Uriarte / 

De acuerdo con la información del Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH y el SIDA (Censida), en México, de 1983 a noviembre de 2019 se tiene un registro de 301 mil 182 personas con infección por VIH, de las cuales 178 mil 310 personas se encontraban vivas, y 108 mil 538 ya fallecieron.

Cuando se diagnosticaron los primeros casos de infecciones por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en el mundo, los pronósticos eran muy desalentadores, se hablaba de la desaparición de la especie humana, sin embargo, 38 años después, el SIDA es un niño de pecho en comparación con la pandemia del SARS-CoV-2.

Mientras el SIDA ha matado a tres mil personas por año, el COVID-19 ha matado a más de cien mil personas en nueve meses, un equivalente a once mil seiscientas personas por mes.

Otro dato interesante es que, hasta la fecha, y después de muchos intentos, los científicos virólogos e inmunólogos del todo el mundo, no han podido hacer una vacuna contra el VIH.

Dato interesante con relación al VIH/SIDA, son los avances sorprendentes respecto al tratamiento, la llegada de los antiretrovirales han marcado un antes y un después en el abordaje terapéutico de la infección. Es decir, mientras en la década de los ochentas y noventas del siglo pasado, hablar de SIDA prácticamente era sinónimo de muerte, hoy la infección por VIH es tratada con éxito. Tenemos pacientes incluso que su carga viral prácticamente ha desaparecido, y muchos pacientes más, estables con la administración de los fármacos antirretrovirales o antirretrovíricos​, o la famosa Terapia Antiretroviral (TAR).

En el caso del coronavirus, las cosas han sido distintas, muy distintas… mortalmente distintas. El mundo se enfrenta a un virus letal y “malévolo”, no se sabe bien a bien lo relativo a su estructura y ensamblaje, es decir, entre mitos y realidades, los panteones y las urnas con cenizas se han multiplicado por arte de “magia negra”, dejando un mar de sorpresa en la ciencia y un océano de desolación en la sociedad.

Tampoco hay que cantar victoria cuando la promesa de una vacuna contra el COVID-19 se anuncia; una cosa es la seguridad y otra la eficacia.