David Uriarte /

La vida es el abarrote donde hay un tráfico de vivencias. Al final del día, de la semana, del mes o del año, cada quien hace su corte de caja para conocer su estado de resultados. El saldo o el balance es el resultado de la vida, de la relación costo-beneficio de las acciones, omisiones o de las circunstancias —a veces ajenas a la voluntad—, como los daños colaterales.

Cada persona hace su corte de caja en todas las áreas de su vida: en la familia, la pareja, el ámbito laboral, académico, social, político, cultural… En fin, la satisfacción o el sufrimiento forman parte del corte de caja individual.

Sin duda, la vida, la salud y la libertad son los principales objetivos del ser humano, aunque existen una serie de preocupaciones inherentes a su naturaleza, como la familia, los hijos y el bienestar social, que también forman parte del contenido de las alforjas humanas.

Pocos llegaron a pensar o imaginar que llegaría el tiempo en que la mitad de la población adulta se levantaría con la intención de dañar a los demás, mientras la otra mitad lo haría con el ánimo de no permitirlo o de no dejarse. Esta alegoría representa los extremos de una población que vive y convive al mismo tiempo con los “buenos” y con los “malos”. Incluso, en una misma familia coexisten ambos: un padre “bueno” con su hijo “malo”, o al revés.

El corte de caja individual puede variar: desde un superávit en algunas áreas de la vida, hasta un tremendo déficit, con riesgo incluso de perder lo más valioso del ser humano: su vida. ¿De qué le sirve a un padre o a un hijo una fortuna voluminosa si ha perdido a sus seres queridos, o ha quedado con secuelas que lo mantienen lisiado o postrado en cama, consignado para el resto de su vida a una calidad y estilo de vida totalmente distintos a los que tenía o aspiraba? ¿O si está encerrado, preso, donde la libertad será lo último que recupere, si es que no pierde la vida en el reclusorio?

El corte de caja de cada familia representa, más que el resultado de sus aspiraciones, el resultado de la formación en valores, el grado de aprendizaje y la enseñanza de los padres a los hijos en temas fundamentales para la sana convivencia social. Prudencia, justicia y respeto son valores que van de la mano. Ninguno es más importante que otro. Ponerlos en práctica tiene que ver con el ejemplo… y con un cerebro sano.

La sociedad exhibe, en el último año, un corte de caja donde sale perdiendo.