Por David Uriarte /

 

“El que se quema con leche hasta a la asadera le sopla”. No es para menos después del arrollador triunfo de MORENA en Sinaloa, o dicho de otra manera, de la estrepitosa derrota del PRI, la dirigencia estatal está haciendo lo pertinente: tomar en cuenta a su militancia, a los de a pie, a los que portan el gen tricolor.

Los kilómetros acumulados por Jesús Valdés desde que está en la presidencia del Comité Directivo Estatal del PRI, representan el trabajo que no hicieron en años sus antecesores.

Dormidos en los laureles de la victoria eterna, no escucharon la voz del peligro, no se dieron cuenta que el poder de la tambora se extinguió, no pensaron que la traición llegaría por el hartazgo, en fin.

Hoy la palabra corrupción e impunidad les taladra a los priistas los oídos, a unos les sale urticaria y a otros les provoca malestar e inestabilidad del estado de ánimo.

Como debe ser, de abajo para arriba, casa por casa, mirando a los ojos de los heridos en la batalla del primero de julio del año pasado, la dirigencia estatal del PRI recorre las comisarías y sindicaturas de cada municipio.

Atención especial y no es para menos, le están poniendo a las elecciones de Síndicos, ayer precisamente recorrieron el municipio de Salvador Alvarado donde hubo elecciones en las dos sindicaturas, en la sindicatura del sur de Guamúchil ganaron tres a uno, y en la sindicatura del norte de Guamúchil ganaron dos a uno.

Para no perder el entusiasmo y con el triunfo de las dos sindicaturas de Salvador Alvarado en la bolsa, se trasladaron al puerto de Mazatlán, ahí se reunieron con operadores y líderes naturales de su partido.

Una de las estrategias que le está funcionando a Jesús Valdés, es la incorporación de priistas (algunos desocupados), cuyo liderazgo es clave en ciertas regiones o localidades donde el electorado de ellos se siente huérfano.

En los municipios donde la efervescencia morenista es el carnaval de todos los días, la estrategia cambia, ahí hacen trabajo de gestión, ahí buscan la voluntad a través de los hechos, lo único que les queda es seguir predicando, cambiando la sonrisa por la mueca, haciendo gestos de esfuerzo por rescatar lo que se perdió: la credibilidad.