Por David Uriarte /
Sólo falta que la sociedad también pierda el derecho al pataleo, es decir, el derecho a inconformarse por lo que está pasando.
Quienes se molestan son precisamente quienes le están quedando a deber a la sociedad; es cierto que cualquier inconformidad no revive a nadie, los muertos no resucitan y los desaparecidos no aparecen.
Las manifestaciones de repudio, frustración, dolor, sufrimiento, y gritos desesperados, son las válvulas de escape, las válvulas de alivio, la herida por donde drena la catarsis de las emociones que encarnan el sufrimiento de un luto o un duelo quizá interminable.
“Para sentir no hay como que duela”, así reza el refrán que encierra una verdad cuya dimensión sólo la entiende el que sufre una pena irremediable.
El consuelo es una pomada cuyo efecto es tardado, se necesita fortaleza divina para superar si es que se supera, la pérdida de un hijo, la pérdida de un ser querido, la pérdida de vidas inocentes.
En las condiciones que se vive, hoy son los tuyos, mañana pueden ser los míos… Quienes se sienten seguros, deben pensar que no siempre vivirán bajo el escudo y la protección de poder, en algún momento aparece el lado vulnerable y también sabrán lo que se sufre cuando le arrebatan la vida a un ser querido.
Aquellos que andan en carros blindados, no siempre lo harán. Aquellos que andan rodeados de guardaespaldas, no siempre lo harán. Incluso, a pesar de eso, la muerte los puede sorprender en cualquier momento.
La indignación social es un virus que se contagia ¿Quién en su sano juicio puede decir que no pasa nada? ¿Quién puede asegurar que esto terminará mañana? ¿Quién puede asegurar la paz y la tranquilidad a los sinaloenses? ¿Quién se atreve a lanzar conjuros pensando que se trata sólo de buena voluntad?
Coronas y llantos son las vestiduras del dolor y el sufrimiento. La soledad obscura, la compañía diaria a partir del adiós terrenal… Sólo la esperanza imbuida por la fe, asegura el encuentro celestial de los seres amados desde las entrañas de madre o padre.
El derecho al pataleo es el derecho legítimo de expresar más que una inconformidad, un sentimiento de vacío que nadie puede llenar con abrazos, discursos o promesas. Es el derecho a gritar no para encontrar culpables, sino para encontrar alivio temporal, alivio humanamente posible.
Para sentir no hay como que duela, pero hay de dolores a dolores.