Por David Uriarte /

Prácticamente todas las personas coinciden en que la felicidad es el fin último de la vida. Incluso, hay teorías y corrientes filosóficas que ven a la felicidad y a la persona como un binomio obligado, cuando afirman: la única obligación de la persona es ser feliz.

Solo hay que detenerse un poco y pensar: la felicidad no puede ser un venero cuya raíz sea el malestar de los demás. Cuántas personas viven momentos de felicidad cuando le roban a otro; son felices mientras sus familias están hundidas en el sufrimiento; se sienten felices al disfrutar lo que no es de ellos, lo que le quitaron a otra persona. ¿Eso es felicidad?

Es felicidad desde su ego, desde las ganas de satisfacer sus necesidades, desde el placer por obtener lo que desean sin tomar en cuenta a los demás, especialmente a su pareja, sus hijos, la familia o la sociedad. Es una felicidad mal entendida aquella que solo cubre, de manera egoísta, sus necesidades, dejando de lado las de los suyos o de los otros.

Una de las teorías de la felicidad auténtica mide el grado de satisfacción con la vida; su meta es aumentar esa satisfacción sin mirar las secuelas o consecuencias de su objetivo. Actualmente, en un ensayo más incluyente, la felicidad se convierte en bienestar; es decir, en emociones positivas que incluyen a los demás, no solo a la persona como tal, sino también a su entorno —llámese pareja, familia, compañeros, amigos o sociedad—. En el bienestar hay compromiso, no solo ganas de estar bien; existen, en este caso, las relaciones positivas como un logro de la persona y su entorno.

Antes, la regla de oro para medir la felicidad era la satisfacción con la vida. Ahora se habla de bienestar, y la norma de oro para medir el bienestar es florecer. La meta de la psicología positiva es aumentar ese florecimiento.

Florecer deja de ser una definición conceptual para convertirse en una definición operacional; es decir, transitar de la palabra como tal a la sensación subjetiva de placer, donde el ego está dominado por los sentimientos y emociones de la colectividad. En otras palabras, no se trata de sentirse bien de manera individual, sino de que las acciones o los sentimientos de bienestar personal puedan permear el estado de ánimo de los demás.

Mientras la felicidad basada en el ego o en el yo personal puede dejar lastimados a los otros, el bienestar busca la colectividad como nicho de reposo de quien promueve el bienestar.