Por David Uriarte

 

Muchos atribuyen a la mala suerte su condición económica, política, familiar o de pareja, sin embargo, ¿qué tanto hay en la vida asociado a la suerte?

Los enfoques tradicionales afirman que hay personas de suerte, pero cuando se analiza cada caso, lo que se encuentra son dos cosas: un accidente, o la construcción del propio éxito o fracaso.

Los accidentes en el terreno de la condición humana, se refieren a todo acto donde la voluntad de la persona no tuvo nada que ver, en cambio, la construcción de la condición humana se refiere a todos los actos conscientes o inconscientes que estructuran su realidad.

Algunos hombres y mujeres caminan por la vida creyendo en su mala suerte cuando en realidad son víctimas de sus acciones u omisiones, en resumen, son víctimas de su libertad, ellos hicieron o dejaron de hacer.

En la profundidad de la famosa suerte, lo que existe es un cerebro con pensamientos coherentes, unos impulsos controlados, unas emociones inteligentes, y una capacidad empática.

Los pensamientos son el primer escalón de la conducta o destino, hay pensamientos brillantes con emociones destructivas; o pensamientos coherentes con incapacidad para controlar los impulsos; o inteligencias extraordinarias, emociones e impulsos bajo control, pero incapacidad para conectar con las emociones y necesidades de los demás. Es decir, la famosa suerte tiene que ver con una serie de variables.

No basta tener grados de maestría o doctorado para conectar con la suerte económica, no basta estudiar ciencias políticas para conectar con cargos de elección popular o de la administración pública, tener padre y madre o depender de una familia estructurada tampoco garantiza poder mantener una pareja funcional, entonces, ¿Qué se necesita para tener buena suerte?

Primero entender que hay cosas que no dependen de la persona, eso se llama accidente, y segundo, recordar que los pensamientos, emociones, impulsos y empatía, son responsabilidad de cada quien.

Las personas sufren por lo que piensan, creen en la certidumbre de sus razones, invocan la mala suerte como causa de su desdicha, y pocos se atreven a cuestionar sus paradigmas como fuente de su buena o mala suerte.