Por David Uriarte /

Hay mentes con candor, piensan en los límites del poder como un disolvente contenido en un recipiente como la ley, un contenedor donde el poder se sujeta a los límites infranqueables de lo justo, sin embargo, la realidad es otra.

El poder no tiene límites: excepto la muerte… la muerte es la única condición que no puede superar el poder, después de eso, el poder como tal es omnipotente, no hay rejas que lo contengan ni justicia que lo detenga, la lucha entre lo legal y lo justo sigue siendo filosofía que adormece a la realidad, la lucha entre lo ilegal del poder y lo legal de la justicia, termina favoreciendo al poder, esta es la regla del poder, si no es así no es poder: es justicia.

Todos los conflictos o diferencias entre los poderes de la unión se derivan de la búsqueda de preservar el poder como tal, la misma suerte corren instituciones o entes donde la disputa final es el poder político o económico.

La historia describe las catastróficas luchas entre personas, pueblos, gobiernos o naciones, todas por conservar o arrebatar el poder, los alcances de las mentes cuya inteligencia se decanta por la maldad como vehículo para mantener el poder, son impredecibles, estas mentes anteponen todo por conservar o quitar el poder a quien lo ostenta, todo es todo.

El precio que paga la sociedad cuando la obstinación por el poder se convierte en amenaza pública, es variable, desde la propaganda mediática, hasta el uso de la maquinaria oficial para tumbar o derrocar cualquier aspiración política, pasando por la construcción de expedientes donde el espionaje es la fuente de la información, llegando a limites imaginables y prácticas primitivas como desapariciones, encarcelamientos “FasTrak”, hostigamientos de todo tipo, y como medida extrema la muerte por “accidente” o confusión.

Los límites del poder son tan extensos como el propio poder, sus alcances son tan benéficos o malévolos como la mente de quien lo ejerce, el poder en manos honestas, justas y prudentes es virtud, pero en manos deshonestas, injustas e imprudentes es maldad.

El poder es como un cuchillo, es instrumento que se convierte en hacedor del bien cuando se usa para partir y repartir los alimentos, y se convierte en hacedor del mal cuando se usa para agredir la integridad y la vida de los demás.

Los límites del instrumento dependen de quien lo usa, no del instrumento.