Por David Uriarte /

Muchos no logran entender el fenómeno de aceptación social del presidente López Obrador en México, buscan convencer con razones aritméticas las posibles desviaciones de las políticas públicas del nuevo régimen, otros esgrimen razones de tipo jurídicas como violaciones a la constitución, otros vaticinan la transformación del régimen democrático al régimen del totalitarismo, la verdad sólo la conoce su creador: Andrés Manuel López Obrador.

Una cosa es el malestar partidista de la oposición y otra cosa la realidad sin sesgos; lo que cambia es la forma de pensar y ahí está el truco, cuando la sociedad aprende a pensar desde el dispendio de unos y las restricciones de otros, se establecen las categorías de ricos y pobres, se dan los contrastes aspiracionales donde unos no quieren soltar o perder sus privilegios y otros no quieren seguir en la opresión total cuyo futuro es la hipoteca de su vida laboral y familiar.

La historia refresca la memoria, no se necesita mucha introspección, basta observar debajo de la plataforma del nuevo régimen de gobierno todo lo que se puede ver. La historia de buenas intenciones cuyo privilegio sólo tenía una dirección, hoy el pensamiento del titular del poder ejecutivo federal piensa distinto, encamina esfuerzos en dos direcciones: romper esquemas e inercias, y establecer nueva cultura de la distribución de la riqueza.

Lo segundo es la preocupación de los empresarios y lo segundo es también, la motivación de los obreros, campesinos, empleados, trabajadores y asalariados que buscan llevar más a sus familias.

Las casas o firmas encuestadoras describen sin juicio el índice de aprobación social del Presidente, los mexicanos pusieron sus expectativas muy altas, al inicio de 2019, siete de cada diez mexicanos aprobaban la gestión del presidente, al inicio de 2020, seis hacían lo mismo, hubo un ligero descenso con la pandemia de SARS-Cov2 en marzo y la aprobación desciende a 54.6%, un mes después hay un empate, la mitad de la población aprueba su gestión y la otra mitad no.

No son las vacunas lo que le restituye la credibilidad al Presidente, dos meses antes de ellas ya había recuperado su aprobación, y se mantiene.