Por David Uriarte /

De esas noticias que llegan por las redes sociales y atiborran el teléfono de mensajes no leídos, llegó precisamente uno que decía: “Se suicida capitán involucrado en red de huachicol en Tamaulipas; habría recibido 100 mil pesos”. El tema no es el huachicol, ni la corrupción, ni los cien mil pesos. El tema es: el suicidio.

Son muchos los procesos psicológicos que conducen a decisiones sin retorno. Es multifactorial, es la suma de pensamientos a veces contradictorios, a veces la competencia entre valores introyectados y conductas juzgadas, primero por la conciencia, después por las autoridades y después por la propia familia o la sociedad. Aquí aparece el tema del deber ser.

Es, sin duda, el concepto de culpa lo que subyace en el pensamiento del suicida: la incapacidad para soportar el escrutinio social ante los hechos o la conducta reprobable. El análisis del suicida no soporta paradigmas o hipótesis fuertes; terminan siendo supuestos deslizados en el tobogán de la razón poco empática de quien analiza una conducta reprobable en casi todas las sociedades.

Uno de los pilares fuertes en la evaluación de la conducta personal es, sin duda, la iglesia en cualquiera de sus expresiones. A pesar del concepto del perdón incondicional tras el arrepentimiento humano, la carga de culpa, miedo o vergüenza supera cualquier indulto.

Una de las hipótesis cuando se analiza el suicidio como tal es la comorbilidad: los factores predisponentes o potencializadores de la conducta autoagresiva, las adicciones, los trastornos del estado de ánimo como la depresión, la expresión anhedónica de alguien cuyas vivencias son la suma de puras desgracias, o de plano el arrebato incomprensible donde no hay espacio para la discusión, el análisis, la negociación, el perdón o el enfrentamiento terrenal de culpas, miedos, vergüenzas o conductas que suponen la configuración de algún delito como tal.

Mañana es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Hoy es la oportunidad para fortalecer la conciencia de una realidad que existe en todos los contextos sociales. No es propio de un segmento de edades, sexo o condiciones económicas, es propio del humano, de quienes construyeron primero una idea o reaccionaron a sus propios impulsos, saltándose la barda de la razón social y familiar -generalmente silenciosos-, preguntar ¿cómo te sientes? es bueno, es terapéutico.