Por David Uriarte /
Es imposible predecir el futuro, por más adelantos tecnológicos y científicos que existan, incluyendo la inteligencia artificial. Se puede suponer con un alto grado de probabilidad o certeza, pero no se puede asegurar de manera contundente lo que sucederá en el contexto social, después de observar lo que ocurre en el ámbito político partidista y gubernamental.
Tampoco se puede saber qué diría Benito Juárez si hubiera presenciado la “Ceremonia de purificación y entrega de bastón de mando” de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ni hasta qué punto esta ceremonia toca los linderos de sus Leyes de Reforma. Juárez separó la Iglesia del Estado, nacionalizó sus bienes, estableció el matrimonio y el registro civil, y secularizó los cementerios. Pero no hay que adelantarse a los hechos. Hay que esperar para entender qué hay detrás de la ceremonia y cuáles serán los alcances de la nueva Corte, el tribunal máximo de impartición de justicia en México.
La subjetividad de lo divino, ancestral o histórico —o sus significados— puede formar parte de una doctrina que no necesariamente debe sesgar la interpretación de la ley y de la norma jurídica establecida. Las discusiones de los casos, así como las sentencias o proyectos de sentencia de las ponencias, deberán ser, como siempre, apegadas a los códigos establecidos, y no producto de premoniciones espirituales de ancestros que visiten en sueños la conciencia de los nuevos ministros de la Corte.
No hay que adelantarse a los hechos. Tampoco hay que suponer cosas en favor o en contra de un equipo cuya curva de aprendizaje, por su propia naturaleza, será de meses o incluso años. Tampoco debe asumirse la politización de un órgano colegiado en el que, por principio, deben imperar la prudencia, la justicia y la razón. No debería haber espacio para pensar en la subordinación de un poder a otro. Por ahora, merece el beneficio de la duda —si es que existe—, y los resultados medibles comenzarán a observarse en pocos meses.
Los memes, las caricaturas y la denostación precoz de una Suprema Corte cuyo funcionamiento aún es incipiente son el reflejo de creencias tan válidas como lo son las que respaldan la necesidad de una ceremonia de purificación que otorga preponderancia a los pueblos originarios. Todo esto ocurre en una época en la que la inteligencia artificial se apodera de la dinámica mundial; tiempos en los que el grito de la ciencia y la tecnología debiera escucharse más fuerte que los cánticos, proclamas y oraciones de un rito ceremonial.