Por David Uriarte /

Prácticamente un año de espera para reunirse en familia y festejar la Nochebuena y la Navidad. En un mundo de consumo, en una sociedad inmersa en la cultura capitalista, donde casi todo se mide por el nivel del poder adquisitivo, los mexicanos ponen el foco de atención en fechas altamente significativas como la Semana Santa, el Día de las Madres, el Día de Muertos, la Navidad, el Año Nuevo y los onomásticos. Estas fechas están cubiertas por un manto de misticismo, creencias y una especie de mirada hipnótica hacia ciertos días que remueven los sentimientos más profundos del ser humano.

Un caso especial son las fiestas navideñas. Desde un año antes, comienza la fantasía familiar. Los niños construyen sus ideales, los padres se esfuerzan por complacerlos, y la familia busca el intercambio de regalos como forma de estrechar lazos filiales y vínculos de afecto. Las amistades, por su parte, ratifican su importancia con el paso del tiempo. Las fiestas familiares y sociales deben ser momentos en los que la alegría sea el sello distintivo de las reuniones.

La Nochebuena se ha convertido en una marca social entre las familias, cuya creencia tiene un fondo religioso. La Nochebuena afecta tanto a propios como extraños, a creyentes e incrédulos. Es una mezcla entre lo sublime y lo comercial, entre el fervor religioso y los deseos de ver reunida a la familia, ver la sonrisa de los niños y la alegría derivada de costumbres en las que los regalos se convierten en el centro de atención.

Sin embargo, la Nochebuena no siempre llena de alegría los corazones. Algunos se sienten entristecidos, apachurrados por la ausencia de sus seres queridos: unos por la distancia, otros por una ausencia definitiva, y otros por incapacidad social. No poder trasgredir las normas sociofamiliares, estar donde no quieren estar o no poder estar donde quisieran, son lecciones de corazones aprisionados en circunstancias socialmente disfuncionales, aunque emocionalmente estén conectados a larga distancia.

La Nochebuena puede ser la noche más triste para muchas personas que quisieran pasarla juntos, pero no pueden. Podría ser cualquier otro día, menos la Nochebuena, esa noche que reclama la presencia del padre, la madre, los hijos, la familia y los amigos reunidos en un solo lugar. La Nochebuena es un símbolo de cohesión familiar, un espacio propicio para el perdón, la reconciliación y las muestras de solidaridad emocional con todos, especialmente con la familia.

Nochebuena, mientras se pueda.