Por David Uriarte /     

No es la victimización o la re-victimización el tema en estos momentos, es el análisis sociológico de un fenómeno enlutecedor de miles de familias en México. Además del análisis sociológico, el abordaje psicológico del fenómeno y la intervención psicoterapéutica del estrés postraumático de quienes perdieron sus seres queridos es tarea poco más que urgente en nuestro país.

Quizá la pregunta inicial debiera ser, ¿qué está pasando con algunos hombres en México? Las masculinidades convertidas en conducta responden a dos variables: el aprendizaje y la disfunción cerebral. El aprendizaje es producto de la subcultura donde se cocinaron los afectos masculinos específicos; las disfunciones cerebrales son las alteraciones anatómicas o fisiológicas de estructuras diseñadas para la toma de decisiones.

La conducta es el último eslabón en la manifestación de una personalidad sana o enferma, lo primero es la forma de pensar, después la forma de sentir, después la forma de percibir, y al final la forma de comportarse.

Las masculinidades patológicas o enfermizas por aprendizaje, son susceptibles de psicoterapia con un margen amplio de recuperación de su funcionalidad. En cambio, las masculinidades expresadas por la disfunción cerebral, especialmente los daños de la corteza prefrontal requieren, en el mejor de los casos, de medicamentos que controlen el trastorno del control de los impulsos y las conductas del espectro violento que va desde lo psicológico, pasando por lo físico y terminando con los atentados a la vida.

La sociopatía es la comorbilidad más frecuente en los hombres violentos, es decir, además de controlar los impulsos, después de hacer lo que hacen, estos hombres no sienten culpa, parecen animales irracionales que sólo se guían por el instinto y no por la razón, mucho menos por el filtro emocional de la empatía afectiva.

La indefensión aprendida de la que tanto habló Martin Seligman creador de la psicología positiva es parte del discurso de una mujer violentada, el miedo también se cultiva en condiciones de desigualdad familiar y social. Autoestima sana es promover el autoconcepto y dejar de lado los pensamientos de minusvalía. Creer en ellas mismas: tarea urgente.