Por David Uriarte /
Tan importante uno como el otro, son temas inherentes a la evolución humana, la sexualidad ha existido siempre y el resguardo domiciliario también, la diferencia es la conjunción sin intervalos de las condiciones, es decir, soportar, tolerar o disfrutar las dos condiciones, depende en gran medida de la salud mental.
La sexualidad se arrastra con la vida, no se puede depositar en otro lugar que no sea el propio cuerpo, en cambio, el resguardo domiciliario es otra cosa, es una condición asociada a la economía, depende de la libertad económica de cada uno y en tiempos de alerta sanitaria es una orden del gobierno a sus gobernados.
Las personas cuya soledad ha sido su compañía desde hace tiempo, no van a experimentar conflicto significativo con su sexualidad, menos con su resguardo domiciliario; aquellas que viven en tensión emocional con su pareja o su familia, van a experimentar una guerra psicológica derivada del tiempo y el espacio de convivencia: no es lo mismo convivir por minutos con alguien, que soportar 24/7 a ese alguien fuente del tormento emocional.
Aún aquellas personas con sana convivencia pueden experimentar una saturación en su vida de pareja y familia: no es lo mismo soportar la convivencia con las demandas propias de interrelación por unos momentos, a estar ahogados en un espacio reducido con los deseos extendidos de los demás.
Aquellos que pensaron en una segunda luna de miel, alejados del bullicio social y la carga del trabajo, es momento de conocer realmente a su pareja, es momento de poner a prueba la tolerancia y la aceptación de las diferencias.
Aquellos que pensaron lo mismo, pero tienen hijos pequeños, tendrán que dejar sus fantasías eróticas para un mejor momento porque los hijos son una fuente inagotable de demandas de todo tipo, principalmente de tiempo.
Aquellas familias numerosas donde la convivencia es intergeneracional: abuelas, tíos, primos, padres, hermanos y agregados, las cosas se pondrán mejor, las opiniones sobre el resguardo serán desde la incredulidad hasta la fobia, pero las discrepancias eróticas generacionales serán pústulas silenciosas de malestar.