Por David Uriarte /
Perderse en definiciones y conceptos, es propio de los analistas, los críticos de la conducta humana.
Cuando la sociedad vive en crisis económica, sanitaria, o de seguridad, las causas se direccionan en la búsqueda de culpables o de responsables.
No es lo mismo ser responsable de abrirle a la llave que ser culpable de que no salga agua, no es lo mismo ser responsable de la salud pública que culpable por el sobrepeso o la obesidad de la población, tampoco es lo mismo ser responsable de la seguridad pública, que culpable de la conducta delictiva.
La responsabilidad tiene un patio de maniobra diferente al patio de maniobra de la culpabilidad, mientras la responsabilidad de la seguridad pública se circunscribe a garantizar la suficiencia del recurso humano cuya función va encaminada a las tareas de prevención, investigación y persecución del delito y los delincuentes, así como la infraestructura táctica, la culpa de las conductas delictivas es de los delincuentes.
Cada quien con lo suyo, el gobierno que cumpla con su responsabilidad relativa a la seguridad pública, y el cuidado a la sociedad; mientras las familias se encargan de la enseñanza de los valores como la prudencia, el respeto, y la honestidad en los hijos.
Enseñar a los hijos los valores de la prudencia, el respeto, y la honestidad, no consiste en comprarles libros de ética o moral, inscribirlos en escuelas de corte religioso, mucho menos atarantarlos con sermones cargados de conocimiento teológico, se trata de algo sencillo: predicar con el ejemplo.
Los niños aprenden de lo que ven, no de lo que escuchan, la conducta de los hijos termina siendo el reflejo de sus padres o de quienes están a cargo de su crianza, los adolescentes y jóvenes, en búsqueda de su identidad, se plantean una serie de fantasías derivadas del contexto socio familiar donde se desenvuelven.
La ruta de lo fácil, despejada por las carencias más afectivas que económicas, induce a los jóvenes a recorrer la pendiente descendente de la conducta delictiva, hasta tocar el fondo donde está la zona de no retorno con la pérdida de sus propias vidas, no sin antes dejar en su camino delictivo una estela de dolor y sufrimiento social.
Que cada quien cumpla con lo suyo sin imbricar sus roles, el gobierno con garantizar la seguridad, la tranquilidad y la paz social, y la sociedad a través de la familia, se haga cargo de la conducta de sus hijos.