Por David Uriarte /

Una cosa es la simpatía y otra la empatía. Los políticos simpáticos tienen su clientela, gozan de buena fama, son bien venidos a las convivencias sociales; altamente solicitados para apadrinar todo, incluyendo bodas, bautizos, primeras comuniones, quince años, hasta padrinos de vinos y licores… En fin, tienen su cuota de reconocimiento social, son de “sangre liviana” y no le hacen el “fuchi” a las ‘selfies’ con nadie.

El político simpático tiene un límite en sus aspiraciones y en sus expectativas, construye un liderazgo a veces poco resolutivo, es decir, no resuelve las necesidades de la población en tanto no es un banco o no cuenta con los recursos para cambiar el entorno social.

El político adinerado pero soberbio, se convierte en una esperanza fallida porque no conecta con el “pueblo”, no logra construir la empatía suficiente para entender la idiosincrasia del pueblo necesitado.

Hay políticos adinerados que sueñan con una representación social, logran escalar las presidencias de organismos intermedios como empresarios, comerciantes, incluso representaciones filantrópicas con alcance internacional, pero no se les da el baño de pueblo mucho menos la tolerancia a la imprudencia eventual del necesitado.

Hay un adagio que señala, “para mandar hay que saber hacer”, los liderazgos naturales lo saben y lo viven por su origen, por eso, el factor humano sigue siendo el recurso más preciado en las empresas y en la sociedad.

Los aspirantes a suceder los diversos puestos políticos en México, desde Presidente de la República hasta regidor, necesitan su dosis de liderazgo, excepto la figura vía plurinominal cuyo arribo a las representaciones camarales se debe a cuotas e intereses de partidos y de grupo.

La figura perfecta de todo político es el liderazgo y la simpatía, sin liderazgo no hay gran cosa y menos futuro, hoy más que nunca necesitan fortalecer sus potencialidades aquellos que ven venir con rapidez las fechas electorales.

La prueba o el estándar de oro para certificar un liderazgo político, es la credibilidad, que los ciudadanos crean en el político, que se convierta en la esperanza que habrá de resolver sus necesidades. La simpatía es buena, el liderazgo es mejor.