Por David Uriarte /
Un susto es una impresión repentina de miedo, espanto o pavor que se produce en respuesta a un estímulo inesperado.
Se cataloga como epidemia a una enfermedad que se propaga rápida y activamente con lo que el número de casos aumenta significativamente, aunque se mantiene en un área geográfica concreta.
Eso es lo que está pasando en Sinaloa, especialmente en Culiacán, hombres y mujeres de todas las edades y estratos, asustadas, inmersas en un remolino de incertidumbre producto de tanta información, las redes sociales se encargan de difundir rumores, noticias falsas, informes imprecisos, noticias de otros tiempos y otros lugares, la información oficial a veces llega a cuenta gotas, horas o días después de que las redes las difundieron.
Los y las asustadas, asumen conductas disímbolas, mientras unos optan por abandonar la ciudad para refugiarse en otra, otros tantos se encierran, piensan que con esto están a salvo de cualquier disturbio que ponga en riesgo su vida, su integridad y sus bienes.
Hay quienes, a pesar de estar asustados, tienen que salir a trabajar o cumplir con las obligaciones escolares, estos grupos viven bajo presión y estrés en los traslados de su domicilio a su fuente de trabajo o escuela.
Las actividades esenciales como el área de salud, transportes terrestres, marítimos, o aéreos, a pesar de estar asustados, deben cumplir con su deber, las urgencias no esperan, y las mercancías son indispensables como indispensable es el combustible para todo tipo de vehículos.
El susto se asocia a lo inesperado, aunque de alguna forma, la sociedad está relativamente acostumbrada a las crisis de inseguridad, siempre hay sorpresas que provocan o acentúan el susto.
La epidemia de susto está contaminando a toda la sociedad, incluso a los burócratas o servidores públicos, también a los que presumen ser funcionarios o personal de confianza de las instituciones de gobierno o de seguridad, todos acumulan y almacenan su dosis de susto.
El susto puede desencadenar en otras alteraciones como la hipertensión, el descontrol metabólico, el estrés, la ansiedad, los estados hipomaníacos, o la depresión por nombrar solo algunos.
Vivir bajo la amenaza real o imaginada, donde la vida y los bienes están en riesgo, donde la inseguridad está garantizada, es vivir en una verdadera epidemia de susto que cobrará su cuota de sufrimiento.