Por David Uriarte

Por fin les regresó la sangre al cuerpo, algunos con raspones, otros de plano fracturadas sus ilusiones y otros con ánimo robusto, risueños, con la única preocupación de que llegue el día de sentarse en la silla del poder.

Al despertar de la pesadilla de dos meses, los perdedores mantienen un sentimiento de negación propio del duelo por la pérdida irreparable, algunos tendrán capacidad resiliente y aprenderán de la experiencia; otros de plano se hundirán en emociones poco placenteras, sacarán sus resentimientos, buscarán culpables, pasarán por la depresión propia de la perdida y tardarán en integrar la experiencia.

La pesadilla hundió en el desánimo a los candidatos perdedores y su equipo. Equipos reducidos de diez o veinte personas, equipos numerosos de cientos de personas, unos contratados y otros espontáneos, pero todos interesados en estar con el equipo ganador, cosa que de antemano sabían estaba condicionado por la aceptación de los votantes.

Para unos terminó la pesadilla electoral, para otros, la pesadilla continúa al retornar a las actividades cotidianas del ámbito laboral, académico o familiar… unos contentos, otros ansiosos por las deudas acumuladas en el proceso electoral.

Los patrocinadores también viven su propia pesadilla: aquellos que le apostaron y creyeron en el proyecto del amigo, el recomendado o vieron un negocio en puerta, hoy viven una realidad lacerante para su economía, no es el caso de los ricos que le apostaron a dos o tres proyectos al mismo tiempo sin que la perdida represente daño alguno a su patrimonio.

Hay pesadillas familiares, aquellos que se distanciaron por preferencias de partidos o candidatos, aquellos que depositaron confianza y dinero, aquellos que dejaron su tiempo y su vehículo en manos de la derrota y hoy sufren la doble pérdida: la de su economía y la de sus amistades.

Para unos terminó la pesadilla, para otros empieza la pesadilla, hay quienes no querrán saber nada que tenga que ver con política, es un capítulo cerrado en su vida; otros no podrán escaparse de su realidad porque arrastran deudas de todo tipo, viven el quebranto de sus expectativas e ilusiones; triste despertar.