Por David Uriarte /

Si la política es el arte de servir, la maldad es el arte de dañar. La política subsume al poder, poder para servir, ayudar, beneficiar a los demás.

Cuando parte de los gobernados piensan diferente y reclaman su derecho a disentir, el gobierno sano o benevolente respeta las diferencias, construye un espacio de dialogo para acortar la brecha y gestionar las diferencias sin caer en provocaciones o asumirse como el poseedor de la verdad universal.

Los tres poderes de la Unión están ungidos con el poder suficiente para ayudar a la sociedad, se habla de independencia, pero al fin del día el poder ejecutivo encabeza el rumbo de nación con su influencia política y económica.

La maldad como decisión personal, contamina e influye en los iguales, en los subordinados, termina dañando a los más débiles, la maldad es producto de la soberbia, de la inflexibilidad, de la revancha, del resentimiento, del que políticamente ejerce el poder y las decisiones.

La maldad tiene que ver con carencias afectivas personales, con resentimientos cultivados y arrastrados en el tiempo, el poder es el orificio por donde se escapa la maldad con los daños evidentes a todo aquel que piensa diferente o no se suma a su proyecto.

La capacidad de seducción del político es el principio de su éxito, su capacidad para prometer y convencer que el desierto se convertirá en el paraíso; su capacidad para procrastinar lo urgente y dejar contentos a los solicitantes de las indulgencias.

El poder político se diluye como la brisa que refresca la inclemencia del tiempo, o como la brisa que moja la llama de la esperanza, el poder en sí no es malo, la maldad es producto de quien lo ejerce.

Las guerras o tensiones mundiales se asocian al poder político y su grado de maldad justificado por las razones personales o ideológicas, países como México, siempre han vivido en la esperanza de mejorar, los mexicanos observan los privilegios de su vecino del norte, ven el grado de seguridad, de educación, de salud, y economía, y lo contrastan con las mismas variables de los países del sur… Las diferencias inquietan a cualquiera construyendo una sensación de miedo a perder lo que se tiene o a que la balanza se incline más al sur que al norte.

En Sinaloa hay ventanas de oportunidad para una política conciliatoria, de suma, de propuestas viables, es tiempo de reconciliación con las diferencias, es tiempo de suma no de división.