Por David Uriarte /
“La verdad no peca, pero incomoda”, así reza el refrán que encierra más que lógica y sentido común, un paradigma a veces difícil de incorporar en una mente acostumbrada a decir lo que los demás quieren oír, y oír lo que quiere oír.
En la vida en general, y en la política en particular, los aplausos y los elogios forman parte del alimento del ego, su ausencia prolongada, es el ayuno que martiriza el alma del político entregado a su pasión como destino final de su vida.
Poner de malas a un político es relativamente fácil, simplemente no le aplaudas por cumplir con su obligación, reclámale cuando no la cumpla, o contrasta sus estadísticas con la realidad social, y las cosas se pondrán tensas.
El mal humor y la irritabilidad de muchos políticos, se basa en la frustración propia de no ver cumplidas sus expectativas, en saber o darse cuenta de la percepción social como una figura distante y diferente a la preconcebida.
Mas que un atentado o insulto a la inteligencia colectiva, el discurso oficial puede estar salpicado de buenas intenciones, preocupaciones por el estado de cosas, sin embargo, el planteamiento reduccionista de la realidad, o el pronunciamiento descalificador de los hechos, es precisamente el motor de la inconformidad social, la verdad es la verdad, aunque se pretenda matizar con la mejor de las intenciones.
Hay un planteamiento filosófico que afirma, -si una rama se fractura a kilómetros de distancia y no la escuchaste, no significa que no se rompió-, es decir, si te esconden la verdad no significa que esta no exista.
No es que la verdad tenga dos caras como las monedas, no existe una verdad falsa o una verdad certera, sólo existe la verdad, decir lo que se piensa puede estar apegado a la verdad y lejos del deber ser, una cosa es describir la realidad y otra cosa es faltar a las expectativas de los jefes. Esta disyuntiva pone en un predicamento a los servidores públicos, o dicen la verdad, aunque los critiquen, o dicen otra cosa con el mismo riesgo de crítica.
El que dice la verdad bajo el riesgo de la crítica, paga el precio de su honestidad y su justicia, el que miente de manera dolosa, paga el precio del desprestigio y su injusticia; el primero puede perder su trabajo, pero jamás su integridad; el segundo, pasará a la historia como lo que es.
Los niños dicen la verdad, no tienen compromiso con nadie… El que tiene compromiso que cumplir, se le olvida que la verdad es la verdad.