Por David Uriarte /
La sociedad aprende, aprende a defenderse, aprende a vivir con miedo, transforma la sorpresa en aceptación, se adapta a transitar de la mano con la incertidumbre… Los creyentes rezan, oran, invocan, piden, hacen mandas, unos repiten mantras; otros viven encerrados, algunos reniegan contra el gobierno, unos cuantos le aplauden. Familias enteras sufren cada día que su hijo o su padre sale a trabajar en tareas de seguridad pública.
Hoy más que nunca cobra vigencia la idea de -nadie sabe la importancia de la educación hasta que paga el precio de la ignorancia-, -si crees que la educación es cara, prueba el precio de la ignorancia-.
Un indicador de la importancia de la formación académica, es el grado escolar del delincuente, de antemano se sabe que hay delincuentes de cuello blanco, o simplemente delincuentes que han cursado hasta doctorado, la diferencia es que este tipo de delincuentes están más relacionados con fraudes o uso indebido de funciones.
El delincuente cuyo segmento es la violencia transformada en delito de homicidio o lesiones, extorsiones, secuestros, levantones, desapariciones, conductas delictivas que extinguen la vida, la paz, la tranquilidad y la seguridad social… tiene a miles de familias encerradas en la mezcla de miedo, ansiedad, frustración, coraje, y aprendizaje.
Desde septiembre del año pasado, los sinaloenses un día sí y otro también, viven un proceso de aprendizaje, están alertas a las redes sociales para informarse de lo que pasa en todo el mundo, en México, en Sinaloa, en Culiacán, en su rancho o colonia; donde se presenten conductas constitutivas de delitos, donde los mismos vecinos alertan a sus iguales de la magnitud o intensidad de los hechos.
Existe un segmento de la población -hay que aceptarlo-, que se molesta ante la difusión de los hechos delictivos, se frustran ante la realidad que opaca cualquier esperanza de bienestar social, incluso se enfrentan en peleas verbales defendiendo ideologías políticas, son creyentes o adoradores de los discursos incendiarios del pasado o las promesas mesiánicas de un país que algún día vivirá en paz y con seguridad.
Un día sí y otro también, retumban las metrallas, como retumban las palabras de -no pasa nada-… Mientras tanto, decenas, centenas, y millares de personas, rezan, lloran, sufren, oran, o piden a un ser supremo y al gobierno, que cese la violencia.