Por David Uriarte

Muchas historias trágicas quedarán enterradas en la especulación o la sorpresa. Hay muchos supuestos, muchas narrativas sobre el crimen organizado y el narcotráfico. La verdad, en muchos casos, será difícil de conocer. Muchas verdades se perderán con sus protagonistas o víctimas. Los homicidios, poco a poco, van permeando estratos sociales distintos a los más frecuentes, esos donde la lógica y el sentido común no encajan.

Saber de enfrentamientos entre bandas rivales, delincuentes y policías se ha convertido en parte de la narrativa cotidiana de una epidemia de plomo. Sin embargo, conocer homicidios dolosos de mujeres y adolescentes es una realidad difícil de asimilar. La mayoría de los homicidios son producto de la lucha por el poder entre delincuentes o del combate a la delincuencia por parte de las autoridades. Aunque los criterios de clasificación de las muertes varían, todas comparten un mismo origen: muertes provocadas por proyectiles de arma de fuego.

Escuchar detonaciones de armas largas a todas horas forma parte del paisaje cultural impuesto en Sinaloa en poco más de un año. Lo primero que puede incomodar a intelectuales o defensores de lo indefendible es asociar cultura con hechos delictivos. Pero basta recordar que la mejor definición de cultura es “la forma de hacer las cosas”, y las cosas se hacen como la sociedad las sabe, las vive, las teme, o las asimila, aunque sean tragos difíciles de digerir.

Ayer, las redes sociales y los portales de noticias informaban sobre el homicidio de una mujer. ¿Qué hay detrás de este crimen? Tal vez solo lo sepan los involucrados en el asunto que originó el hecho. Existen muchas formas de pensar, pero lo evidente es la forma en que se le quitó la vida. El género femenino está siendo alcanzado cada vez con más frecuencia. No se trata solo de clasificar o reclasificar conductas delictivas, sino de una contaminación sociopática cuyo alcance no discrimina género, edad ni lugar.

No es solo un hogar más enlutecido. Es una muestra más del deterioro social, el producto de muchos años en los que se rompieron las medidas de contención. El miedo a delinquir desapareció gracias a la impunidad. Hoy, la factura revela un precio muy caro, tan caro como la sangre derramada, tan caro como el sufrimiento de miles de familias.

¿Qué hay detrás del homicidio?