Por David Uriarte /

Es fácil conocer a las personas en general, más cuando les gusta o apasiona la política y mucho más cuando a eso se dedican o de eso viven o han vivido.

Hace seis meses se conformaron grupos y equipos de trabajo en torno a los proyectos políticos de partidos y candidatos, hace dos meses se enfilaron en una carrera de velocidad por comprar las intenciones de votos, hace dos semanas se abrieron las puestas de la realidad y las pretensiones de muchos quedaron tiradas en las estrategias fallidas, pagando un costo tangible y medible y otro intangible e inmedible.

A muchos se les olvidó que se trataba de un proceso electoral, de un ejercicio democrático, de una competencia donde deciden los electores no las supuestas virtudes o potencialidades de los candidatos y sus flamantes equipos.

A otros se les olvidó que los gobernados tienen un gobernante que en Sinaloa se llama Quirino Ordaz Coppel; en ese olvido firmaron su identificación como personas poco confiables, poco agradecidas, capaces de vender su prudencia a proyectos personales dejando de lado lo institucional. En fin, la conducta de los humanos requiere siempre de análisis juiciosos, serios y basados en la ciencia de la conducta que es la psicología.

Con los resultados electorales en las manos de una sociedad crítica, con la memoria reciente de conductas y comportamientos ofensivos por parte de algunos que, siendo empleados del gobierno estatal, traicionaron la confianza del Gobernador, hoy reclaman clemencia y se justifican diciendo cosas que ni ellos mismo creen.

Hoy aplica el dicho tradicional -le queda poca agua al bule; si, pero con esa te ahogas-. Las semanas que le quedan al gobierno de Quirino Ordaz, todas son de 7 días y todos los días de 24 horas, y el ejercicio de cualquier poder político se distribuye de arriba hacia abajo, sino, pregúntele al Presidente de la Republica.

Los que desconocieron la figura del Gobernador en la coyuntura político-electoral y lo sentenciaron antes del juicio, hoy deben estar pensativos buscando su defensa; una cosa es la política y otra cosa es la confrontación temeraria creyendo que el tiempo final de una administración representa debilidad o decadencia.