Por David Uriarte

Dicho y entendido por muchos, México es el país cuya dinámica política y social es de extremos, es decir, mientras una pequeñez se puede sobredimensionar, la monstruosidad se puede minimizar.

Decenas de crímenes siguen descansando en la ‘cuna de la impunidad’, la justicia espera paciente hasta que el tiempo la dobla, aparecen nuevos casos cuya sombra borra la imagen y el recuerdo de una sociedad que todos los días literalmente se desayuna con una nueva tragedia irreparable.

Nombres y nombres de periodistas asesinados, declaraciones de las autoridades clonadas, todas insultando a la inteligencia, resultados en la gaveta de la espera, expedientes manoseados por la política y los políticos que buscan en el tiempo su mejor aliado… total, un Presidente de la República y un Gobernador, en seis años se van y dejan la tristeza de las familias y el enojo de la sociedad como estela de humo tóxico que han de respirar las nuevas generaciones.

La justicia exhibe su prontitud y la investigación sus métodos científicos, cuando existe de por medio la revancha entre grupos políticos o partidistas, cuando en su momento se violentaron los derechos de personas desde el aparato burocrático del poder, cuando se utilizaron los medios para exhibir o destapar las cloacas de corrupción de un supuesto gobierno honesto.

Pero, los crímenes de alto impacto, los de periodistas o activistas sociales, van engrosando la lista y robusteciendo las carpetas de investigación con toneladas de esperanzas, declaraciones, especulaciones, contradicciones, atracciones de un ámbito a otro, coadyuvancias, y al final: nada, monumentos a la impunidad y la simulación.

Defensores de derechos humanos, juristas, constitucionalistas, periodistas, activistas, fiscalías, y todo el aparato burocrático del gobierno, salen a declarar como si fuera una carrera de cien metros -con una rapidez espectacular- pero pasado unas semanas o meses, parece caminata. A los pocos años, parece la parte final de un maratón, el cansancio es evidente y los relevos institucionales ofrecen descanso para los gobiernos sin resultados, y esperanza en la llegada de las nuevas autoridades… y así, hasta que se cansan o se mueren los familiares de los asesinados en un país de: no pasa nada.

Cada año se reviven las heridas de una sociedad que reclama justicia, y recibe: promesas.