Por David Uriarte /

En el tiempo de la Conquista, la política era como la religión alterna, no había muchas opciones, el pueblo buscó independizarse de los españoles después de 300 años; con el tiempo se polarizan liberales y conservadores, aparece la Reforma separando Iglesia y Estado, las diferencias terminaron en una Revolución.

No se puede decir exactamente que en el último siglo las cosas estuvieron políticamente muy bien, lo que sí se puede describir, es una relativa calma social que paradójicamente incubó descontento social en las últimas tres décadas.

No le puedes vender zapatos al que no tiene pies, eso les pasó a los políticos confiados, creyeron en la eternidad de la mansedumbre social, pensaron que los pobres no sentían hambre, aún más… supusieron que la multiplicación de los pobres era el camino políticamente rentable, el tiempo les dijo que no es así.

El arte de comprar voluntades consiste en venderles una sola cosa: esperanza. Hartos del engaño y las promesas, gran parte de la sociedad mexicana hizo lo que hacen las hormigas, se organizaron, sintieron la frescura de un viento esperanzador en la cara sudorosa por la fatiga crónica del hambre generacional. No es metáfora, las cifras oficiales siempre han reportado dos categorías bien definidas: los pobres, y la pobreza extrema.

En un ejercicio sencillo, sólo hay que revisar el número de pobres en los últimos 20 años que equivalen “curiosamente” al número de votos que obtuvo el actual presidente de México, la diferencia marginal son los de clase media, cuyo resentimiento social engendra el mismo coraje en contra del que tiene y ha tenido lo suficiente para explotar al que no tiene o tiene menos.

En la compra de voluntades hay dos posibilidades, comprar voluntades con la promesa de que todos tengan, o comprar voluntades con la idea de que todos no tengan; en otras palabras, buscar empobrecer a la totalidad del pueblo como una medida fácil y rápida, o buscar enriquecer al pueblo como una medida que sin duda requiere trabajo y más trabajo.

¿Qué es más fácil, darle dinero al que no tiene, o poner a trabajar al que no quiere? El asunto es quién produce el dinero, sin dinero sólo hay más pobreza.