Tenía unos diez años la vez que gané mi primera medalla, junto con el resto del equipo de fútbol, durante las Olimpiadas de San Juan Bosco. Una celebración anual, desde 1859, para los colegios de la congregación salesiana, fundada por dicho sacerdote italiano. En esos días, ví en la tele sobre una luna llena; una tan poderosa que podría pedirle lo que sea. El ritual era bastante sencillo: lleve una foto suya, reciente, directo a la luz de la luna. Puede dejarla toda la noche si así lo desea. Pídale lo que quiera que la luna le conceda. Seguí bien las instrucciones, llevé una foto donde posaba algo orgulloso con mi medalla nueva, justo a un ficus suficientemente alto y fuerte que pudiese sostenerla todo la noche, de frente a la luna llena, y me fui a dormir. Al otro día ahí estaba la foto, a los pies de ese ficus donde, en años gloriosos de mi infancia, hubieron hermosos framboyanes, por donde apenas veía el sol a través de sus flores naranja intenso. No habían pasado tantos años, el cambio de presidente municipal trajo, desde la pavimentación e iluminado público de muchas avenidas, hasta esa pantalla negra en mi memoria, con recuerdos únicamente alimentados por las fotos que ahora veo de esos años.

La vida es grande, la vida es realmente bella, la vida enseña y confío en todo lo que sigo por aprender

Los framboyanes ya no están, aún así los ficus, verdes desde que recuerdo, como ese sujetando la foto. De ahí las veces que jugaba fútbol con mi papá, cuando mi abuela recogía los huevos de las gallinas que tenían sus nidos a los pies de los ficus. Cuando veía ovnis en el cielo nocturno; cuando me despertaban las serenatas de mi papá, por mi cumpleaños, a media madrugada.
¿Donde se habrá ido el tiempo que no recuerdo? Es como si tuviera un view master, aquel que me llevó de sorpresa una vez mi papá, donde veía escenas de películas de Disney y de pronto hubiesen solo cuadros negros. ¿Serán recuerdos que se llevó esa luna llena? ¿Eso fue lo que le pedí? De niño ya era muy sensible.
Una vez, un ex novio me dijo: “te hizo falta una familia de verdad”. ¿Acaso fue de mentira la que yo tuve? No se siente mal, ni duelen tanto ya los fantasmas del pasado. Pienso que no me desperté un día y decidí dejar de hacer esto o el otro, o dejar de sentir esto o el otro. Ha sido un proceso, largo pero seguro. Porque todo tiene su tiempo. Elijo buscar calma cada vez que siento incertidumbre o inseguridad. Es altamente bello por fin encontrarse, así como cuando encontré ese recuerdo de mí con mis pantalones azul marino, mi playera blanca de manga corta y mi medalla plateada de primer lugar, sujetada con un grueso listón azul rey. Lo encontré mientras concebía el sueño hace un par de días, viendo la luna alumbrándome justo en la cara, pasando por la ventana del cuarto de mi novio, en esa bella casita lavanda que le vio crecer. Cuando me invade la duda y quisiera decirle tantas cosas sobre el por qué hace algunas cosas que no entiendo, siempre me voy a imaginarlo pequeño, así de hermoso como cuando me ve a los ojos y me dice que me quiere y que todo va a estar bien. ¿Lo que hacemos define lo que somos? Casi me ahogo cuando me dijo: “yo estoy aquí para enseñarte sobre la paciencia”, me sentí triste al pensar de la idea que tiene sobre su efímero paso en mi vida, sin embargo supongo que así deberá ser. ¿Quién más puede saberlo?, bien dijo Oscar Wilde que “el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte.”

La vida es grande, la vida es realmente bella, la vida enseña y confío en todo lo que sigo por aprender. No son en vano estas ganas de comenzar mi propia familia, la que la familia que he tenido me enseñó a buscar: una sonriente, unida, librando día a día todas las batallas. Desafortunado sería no aprender de mis errores y repetirlos con quien nos quiere de verdad, engañar a una persona solo por el miedo de que eso acabe y no haber dejado “velitas prendidas”. Malo sería creer que una medalla de primer lugar no pueda ser plateada; que nunca encontraremos nuestra tribu o que no saldremos de la obscuridad.

Vaya, a veces me he comido el aguacate aunque nunca me haya gustado. Esto también se trata de aceptar, de confiar otra vez, de creer otra vez, de intentarlo todo. El camino no se ha acabado, y se vienen días más complicados, ¿pero quien va a elegir aprender, trascender de ellos y crecer? Cómo cuando me dije a mi mismo que nunca competiría por el amor de mi pareja con otras personas: “debido a un gran amor uno es valiente”, y no es fácil tampoco ser valiente, más valiente será tomar una decisión así de importante. Valdrá la pena ser valiente, y tanto valdrá la pena ese amor que nunca más lleve a la incertidumbre.

Tranquilo, Geroncho, así como la luna que siempre vuelve a brillar.