Por David Uriarte /

De entrada, muchos han de pensar que locura y poder son variables asociadas a la política, no necesariamente, la locura como trastorno mental tiene múltiples expresiones, desde pensamientos perturbadores por contenidos impropios para la vida de relación social, hasta impulsos que atentan contra la vida y la dignidad humana.

El poder político tiene su apartado en la historia de los pueblos cuando de abusos sociales se trata, desde la esclavitud, pasando por los castigos físicos, hasta disponer de la libertad y la vida de los subordinados, en la historia moderna, algunos líderes políticos han dispuesto del destino de su pueblo, y el destino de habitantes de otros pueblos o naciones.

En el caso de Hitler, las atrocidades documentadas por los nazis en contra de los judíos no muestran un origen real o creíble, mucho menos aceptable por una sociedad democrática y civilizada, simplemente surge una pregunta ¿Por qué odiaba Hitler a los judíos?

Al margen de conjeturas o supuestos, la realidad demuestra el riesgo y la importancia de no saber o conocer el estado mental y el alcance de los líderes políticos que gobiernan con un arsenal de opciones para dominar, subyugar, reprimir, controlar y manipular conciencias y conductas de sus gobernados.

Hay gobiernos que mantienen llenas sus cárceles de personas que piensan diferente, los llamados presos políticos mantienen una cifra obscura e incierta en tanto al perder sus derechos cívicos y políticos, se mantienen en la obscuridad de la conciencia pública y en el caso de quedar en libertad, es tanto su miedo a volver a perder su libertad o incluso su vida, que optan por buscar refugio en otros países o se recluyen en su silencio y soledad para conservar su vida y libertad.

Estados Unidos dio muestra de lo que es un presidente con salud mental atrofiada, con una neblina mental que lo expuso como un loco con poder, desde su campaña política para ganar las elecciones hasta el último día de su mandato incluyendo el intento por conservar el poder político al buscar la reelección y el ataque al Capitolio, Donald Trump siempre mantuvo un perfil conductual atípico para su investidura presidencial, su impulsividad no tenía freno y la conexión entre lo que pensaba, decía y hacía, estaba desarticulada, es decir, su irreverencia política devaluó el prestigio internacional de lo que se conocía como el país del primer mundo.