Por David Uriarte /

 

El espectro de los accidentes oscila entre la impericia, la imprudencia, y lo fortuito. Ante lo fortuito prácticamente no se puede hacer nada, pero la impericia y la imprudencia producen todos los días accidentes leves, moderados y severos.

No saber o no dominar una técnica determinada puede desembocar en una tragedia, tal es el caso de aquellos que, sin saber nadar, retan las reglas básicas de seguridad y se aventuran en una travesía eventualmente sin retorno.

Sin duda, la impericia cobra su cuota, pero la imprudencia es la reina de los accidentes, muchos protagonistas de la imprudencia no vivieron para contarla, y hoy son estadística de las muertes por accidentes y una marca de sufrimiento para sus familiares.

La previsión es una facultad de la inteligencia humana, tener la capacidad de abstracción para determinar la resultante de las acciones o comportamientos determinados, es inteligencia pura.

Las actitudes temerarias son la suma del valor más la imprudencia, no todo reside en tener el valor de hacer las cosas, los valientes son la chispa que deslumbra para luego apagarse en la oscuridad de la desgracia.

La ley de las probabilidades cobija a muchos temerarios, sin embargo, hasta las matemáticas se resisten en darle más oportunidades a los imprudentes.

Los accidentes son atemporales, no obstante, son más evidentes en periodos de vacaciones por la prevalencia doméstica. Es decir, accidentes aéreos, ferroviarios, marítimos y terrestres, siempre existen, pero tragedias asociadas al ocio impactan más en tanto el tiempo está destinado al descanso y no a las actividades de riesgo.

Todos los días se ven escenas de riesgo, escenas imprudentes, escenas que son una evidente invitación a la muerte y la desgracia.

Desde la trabajadora de una tortillería que abandona la atención al cliente, para hundirse en la actividad de riesgo de perder una extremidad al hacer malabares entre los rodillos y engranes del contenedor de masa, con un apoyo precario que aumenta el riesgo de accidente.

Hasta los conductores cuya impericia queda exhibida en los retos a la física y la energía cinética, o los imprudentes cuya desesperación los hace llegar más rápido, pero al hospital o al panteón.