Por David Uriarte

El pueblo elige a sus gobernantes y sus representantes con un solo objetivo: estar mejor.

“Del dicho al hecho hay mucho trecho”, así reza el refrán, la historia describe una distancia interesante entre las promesas de los gobernantes en campaña y el cumplimiento de las mismas cuando son gobierno… “prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila”.

Son dos fenómenos o condiciones de los gobernantes que desmotivan o frustran a la sociedad: el incumplimiento, y el comportamiento.

El incumplimiento de las promesas en campaña ratifica la idea de que no es lo mismo ser candidato a ser gobierno. Prometer desde la sed del poder es propio de cualquier candidato, enfrentarse a lo desconocido, a las intrincadas telarañas de conflictos desconocidos como los poderes fácticos o los compromisos colaterales que los llevaron al poder, eso es otra cosa difícil de dimensionar antes de llegar a la silla del poder. Por eso, el incumplimiento resulta la constante según la historia reciente, para muestra, el tema de la inseguridad que ningún gobernante ha podido superar.

Si la sociedad se siente agraviada por el incumplimiento del gobierno con funciones sustantivas como la seguridad pública, tiene que soportar, además, el comportamiento errático de muchos servidores públicos de primer nivel, conductas contradictorias, escándalos mediáticos derivados de conductas que criticaban cuando eran oposición y asumen cuando son gobierno.

Si el pueblo esperaba un manejo pulcro del desempeño de los servidores públicos, se encuentra un desaseo comportamental, por unos la llevan otros, porque también hay que aceptar que existen servidores públicos dignos de reconocer en su desempeño honesto y humilde, con vocación de servicio, y grandes habilidades en el servicio público.

La sociedad quiere sentirse bien, sentirse segura, confiada en las instituciones y en los poderes, saber que sus legisladores construyen leyes de beneficio social, no leyes que terminen en los tribunales federales al ser cuestionadas por quienes son afectados por ellas.

Quieren tener un poder judicial digno, tener la seguridad de la imparcialidad y el apego a derecho, la sociedad quiere confiar en los jueces y magistrados, quiere desterrar la idea de un maridaje entre quien procura la justicia y quien la administra, la sociedad sólo quiere cambiar el miedo y la desconfianza por la felicidad.

¿Será mucho?