Por David Uriarte /

 

Quedarse atascados en la dinámica de si debe o no desaparecer el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) debe asumir sus funciones, es perder más que el rumbo, es seguir creyendo que estudiando los efectos conoceremos las causas.

Mientras el CONEVAL se encarga de proporcionar información dura sobre la política social y la medición de la pobreza en México, el INEGI se encarga de normar y coordinar el Sistema Nacional de Información Estadística y Geográfica, así como de realizar los censos nacionales y elaborar los Índices Nacionales de Precios al Consumidor.

Resulta por demás ocioso detenerse en el análisis de quien debe hacer que cosa cuando el país sigue una inercia de inseguridad, y una criminalidad ascendente. Saber que todos los días unos habrán de morir a manos de otros, parece una estadística paranoica, pero es la verdad.

En México, salvo que alguien demuestre lo contrario, se ha fomentado una cultura del revanchismo, una cultura de lo fácil, una cultura de la sobrevivencia donde se trata de todo o nada; no hay zonas intermedias, es la vida o la muerte.

Es cierto que hay gente buena, es cierto que estadísticamente los delincuentes son una cifra marginal, refugiarse en esta idea, es como decir que no le hagamos casos a un virus porque es milimétricamente indistinguible a los ojos del humano, sin embargo, es mortal.

Si bien es cierto que la impunidad es el cultivo de la maldad y la promotora de la violencia, también lo es que cerrando los ojos la realidad no desaparece. ¿Por qué la pobreza se asocia con la delincuencia? Por eso, porque el pobre de dinero y pobre de principios sufre una regresión a la época del Neandertal, al hombre del Cromañón, a la época de las cavernas donde sólo importaban los dos instintos básicos de sobrevivencia y reproducción.

Ver la facilidad con la que una persona le arrebata la vida a otra, incluso por buscar un lugar en el grupo social, es la evidencia de lo silvestre de nuestra sociedad. Todos los discursos políticos se vuelven agua que se escapa por los dedos de las buenas intenciones.