Por David Uriarte /

La vida es el bien más preciado en la especie humana y después: la salud. Ayer murió un cirujano oncólogo, antier la esposa de un médico líder, hace unas semanas un médico recién jubilado, y así podemos seguir escribiendo las historias de una pandemia democrática, una enfermedad que no tiene ojos y lo mismo acaba con los ricos que con los pobres, con los estudiados y los ignorantes, en fin… De alguna manera tiene cierta predilección por aquellos que se acompañan de otras enfermedades como la diabetes, la obesidad, la hipertensión y las enfermedades del sistema inmune.

En el frente de batalla contra la enfermedad está siempre e invariablemente el personal de salud encabezado por un médico, día y noche 24/7, los días festivos no cuentan cuando la vocación es la de prevenir, diagnosticar, intervenir, curar o rehabilitar la salud física o mental.

La doctrina del médico incluye el reconocimiento y la ingratitud de sus pacientes. Nunca se sabe en el ejercicio de la medicina cuándo habrá sorpresas, menos tratándose de enfermedades pandémicas cuya letalidad es alta.

La diferencia entre una medicina de primer mundo y una medicina de los países en desarrollo, es la tecnología, los medicamentos, y al infraestructura hospitalaria, no el conocimiento.

En México hay extraordinarios médicos, médicos cuya capacidad no está a discusión, pero trabajan prácticamente con las manos y la buena intención, se han acostumbrado a una frase cada vez más frecuente: “no hay”.

Los héroes de bata blanca simbolizan más que la esperanza, la solución. Unos educando e informando, otros promoviendo la salud, otros haciendo diagnósticos tempranos, oportunos y específicos; otros atendiendo en los hospitales públicos o privados con las limitantes propias de un sistema de salud ya conocido, otros pegados las 24 horas en las unidades de terapia intensiva buscando revertir los estragos de la enfermedad.

En los médicos el cansancio también existe, cansancio físico y emocional, no está de más en esta fecha reconocer la vocación de los galenos que sólo buscan preservar la vida de sus pacientes, aunque con la de ellos paguen el precio de su apostolado. ¡Felicidades!