Por David Uriarte /

Algunas empresas estaban sanas financieramente en diciembre del año pasado, en enero de este año empezaron a enfermar sus finanzas, en febrero aumentó la gravedad financiera, y en marzo algunas están en terapia intensiva… todo indica que en abril la mortalidad empresarial será estadística y caos social.

El efecto dominó empezó con la propagación del virus en China, la llegada de propios y extraños a México desde países infectados; después los enfermos, los sospechosos y la cuarentena; los infectados asintomáticos, las medidas de prevención y protección específica: la inmovilidad social debido al confinamiento familiar, y, en consecuencia, la caída de casi todas las actividades productivas y sociales. Esto incapacitó financieramente a las micro, pequeñas y medianas empresas, poniéndolas igual que los enfermos de COVID-19, “al borde de la muerte”.

Así como la incredulidad de la infección aún persiste en muchas personas, otras tantas, no imaginan el destrozo económico hasta que lo resientan en el bolsillo o la alacena. Hasta que la insolvencia económica los haga reflexionar sobre la seriedad de la pandemia, o el virus se incube en ellos o sus familias.

Las consecuencias pueden ser inimaginables, no es cuestión de inseminar miedo, es cuestión de escuchar a los epidemiólogos, de ver la desgracia en el cuerpo ajeno para construir conciencia y actuar en congruencia. Lo que sigue después del cierre parcial o total de las empresas, es el desempleo, el hambre, y el riesgo inminente de enfermar y morir.

Puede haber actos de rapiña, aumento de robos domiciliarios y a comercios; aumento de las enfermedades mentales, personas y familias más estresadas, trastornos de la dinámica familiar e inestabilidad social, poniendo en riesgo la gobernabilidad del País. La cadena de producción no funciona si el insumo más importante que es el recurso humano está ausente o enfermo.

Productos y servicios a la baja, deudas, pobreza y desesperación contaminan a empresarios y obreros, esto es la crónica de una muerte empresarial anunciada. No se trata de catastrofismos, se trata de realidades o como dijera el clásico, hay que pecar de precavidos.